Silvio Prado
Al igual que en la invasión de la URSS a Checoslovaquia, la guerra de Putin contra Ucrania será un parteaguas del antimperialismo
Nada es más valioso que la libertad y la independencia - Ho Chi Minh
Que la guerra en Ucrania es una guerra de agresión, no hay quien lo dude, y que es una guerra de agresión imperialista, solo el fanático más torpe lo negaría. De nada valen las supuestas poses equidistantes, neutrales ni pacifistas: la guerra contra Ucrania es la guerra de un tirano con armas atómicas y con ínfulas de emperador. No se puede haber estado en contra de la guerra de Vietnam y de las invasiones a Panamá e Irak -entre otras- y ponerse se perfil ante una guerra imperialista de manual. Si se navega con la bandera del antiimperialismo, se está con Ucrania y su lucha por su soberanía y su autodeterminación.
La guerra de Putin contra Ucrania es una guerra que recoge la esencia de las guerras imperialistas en su dimensión más política: la conquista de territorios fuera de las fronteras para fortalecer el poder geopolítico del agresor frente a otras potencias que considera una amenaza para su supervivencia. Desde este punto de vista algunos podrán justificar la agresión rusa como una guerra preventiva, pero no por ello la haría menos imperialista visto que la pone en práctica para restablecer lo que los prusianos denominaron como la lebensraum, la doctrina del espacio vital que los nazis adoptaron para justificar la invasión a los estados vecinos que consideraban sus zonas de influencia.
Lo mismos argumentos de Hitler para para anexionarse Austria (lengua, cultura e historia común) son los que Putin ha utilizado para intentar aplastar a Ucrania. Si para uno la construcción de la Gran Alemania fue el meta relato justificativo, para el otro la reconstrucción de la Gran Rusia es su misión histórica ante la cual los demás pueblos de Centroeuropa deben inclinarse.
A la voracidad geopolítica también hay que sumar la vocación de exterminio de Putin en contra de la población ucraniana que se ha negado a acatar con mansedumbre las órdenes del invasor. A la usanza de los tiranos de la antigüedad ha desatado una campaña de destrucción calculada del país y de la sociedad. Los bombardeos descarados contra la población civil no tienen ni justificación de parte del invasor ni merecen los silencios cómplices de los supuestos equidistantes; tampoco la destrucción calculada de la capacidad productiva de uno de los graneros del mundo. La política de tierra arrasada en ciudades y campos que practica el sátrapa de Moscú es la misma que aplicaron otras potencias imperiales para castigar la resistencia de los pueblos y para mandar un mensaje a quienes osaran oponerse a sus planes expansionistas.
Independientemente de que se esté a favor o contra de la adhesión de Ucrania a la UE y a la OTAN, es fruto de la voluntad de la ciudadanía de ese país que ha sido refrendada en elecciones sucesivas de autoridades nacionales y- más claro aún- en el rechazo mostrado contra los invasores. En respeto del derecho internacional, no puede ningún gobernante extranjero, por muchas armas atómicas que tenga, erigirse en el supra soberano de Ucrania para imponerle una política de seguridad nacional que violentaría su independencia.
El antimperialismo desde sus orígenes ha sido esencialmente anticolonialista y de izquierdas, en franco rechazo a las políticas expansionistas de los viejos imperios europeos en África, Asia y América Latina. Más tarde se extendió al rechazo del imperialismo norteamericano que, por ser la potencia hegemónica en todo el mundo, se convirtió en su contracara en la política internacional. El antimperialismo era, por antonomasia, una posición de la izquierda contra el imperialismo estadounidense en su triple expresión: militar, geopolítica y financiera. Si se era de izquierdas, se era antimperialista y viceversa. Hasta que la Unión Soviética invadió Hungría y Checoslovaquia. Esto último dividió a la izquierda mundial en una de cuyas corrientes se acuñó la denominación de social-imperialismo para diferenciarlo de la versión capitalista.
El colapso de la Unión Soviética y la paulatina conversión de China en un capitalismo de Estado, dejaron sin referentes a la izquierda dogmática que, lejos de resetearse y reconocer el ingreso de los regímenes ruso y chino a la familia de los imperialismos, quedaron penando sin doctrina ni praxis. A esta izquierda-rábano (roja por fuera, blanca en el cerebro) la cogió fuera de lugar –nuevamente-la invasión de Putin a Ucrania.
¿Por qué existe ceguera en cierta izquierda supuestamente antimperialista para reconocer las atrocidades cometidas por un régimen como el régimen como el ruso, que ni puede reclamar las bases ideológicas de antaño ni pretende ser una alternativa al capitalismo mundial? ¿Por qué se niegan a aceptar que la Rusia de ahora es una catedral más del capitalismo más depredador, sostenida por oligarcas de la fase superior del capitalismo más salvaje, en lo financiero y en los recursos estratégicos como el petróleo, el gas y los cereales? ¿Por qué esa izquierda fosilizada no quiere enterarse de las sobradas evidencias que muestran que el régimen moscovita no sólo no es de izquierdas sino que es el principal promotor de partidos y de gobiernos de ultraderecha como el húngaro, y protector teocracias sanguinarias como la de Irán?
En inaceptable la hipocresía con la que contemplan el genocidio contra el pueblo ucraniano, que hagan mutis ante las masacres de todos los días contra la población y que se escondan frente a la destrucción de un país que sólo ha querido ejercer su derecho a la autodeterminación. Sin embargo les han sobrado agallas para pedir que se levanten las sanciones contra el agresor y para condenar que se ayude con armas a los agredidos.
Al igual que en la invasión a Checoslovaquia, la guerra de Putin contra Ucrania será un parteaguas del antimperialismo. No importan las posiciones equidistantes, las neutralidades cómplices ni los “sesudos” argumentos geopolíticos, los paladines del antimperialismo cada día que pasa pierden una oportunidad de colocarse al lado de Ucrania. Es allí y ahora. Las posiciones a posteriori serán la mejor prueba de la doble moral que llevan arrastrando muchos años. Sin dobleces ni matices: si se es antimperialista, se está con Ucrania.
Ciertamente, la frase del tío Ho sigue teniendo vigencia ante las viejas y las nuevas tiranías, y ante los viejos y los nuevos imperialismos