Ucrania: Para pensar en soluciones, al menos no debemos equivocarnos en las causas. Entrevista

Historiadora ucraniana y militante de izquierdas, Hanna Perekhoda es doctoranda en Ciencias Políticas en Lausana desde 2013. Entre Ucrania y Suiza, ha estado observando para nosotros el entrecruzamiento de posiciones adoptadas por la izquierda europea. Y el espejo en el que se miran los activistas de Europa Occidental no es el más halagüeño.

¿Puede hablarnos sobre la izquierda ucraniana? ¿Cuáles son sus principales componentes?

Con todo el peso del legado de la era soviética, no es nada fácil declararse de izquierdas, o peor aún, llamarse socialista, en Ucrania y en la zona postsoviética en general. El socialismo es una ideología desacreditada en esta parte del mundo, porque se asocia a las políticas genocidas de la era estalinista y, más en general, a la opresión nacional y el terror político.

El legado soviético también dificultó enormemente que los trabajadores u otros grupos sociales se organizaran desde abajo, ya que todos los intentos de acción colectiva fueron cortados de raíz durante décadas. Luego llegaron los años 90 y el capitalismo desenfrenado, que transformaron definitivamente a Ucrania en una especie de tierra quemada en lo que respecta a la defensa colectiva de los derechos sociales, o en cuanto a la movilización colectiva y la capacidad de las clases trabajadoras de autoorganizarse para defender sus derechos, algo que solo empezó a cambiar en 2013, con la revolución de Maidán.

Los partidos de izquierda institucionales son actualmente inexistentes en Ucrania, debido a que la etiqueta de socialismo y comunismo ha sido utilizada por los ultraconservadores nostálgicos de la grandeza imperial de la URSS y por las fuerzas prorrusas. Ante esta ausencia de la izquierda en la política institucional, surgen iniciativas interesantes desde abajo -feministas, ecologistas-, lo que llamamos la "nueva izquierda", es decir, la izquierda democrática y antiautoritaria. Desde el inicio de la invasión rusa en 2022, estas organizaciones han desempeñado un papel importante. Incluso diría que se han fortalecido. Todas estas organizaciones participan en el esfuerzo colectivo de la resistencia ucraniana contra las fuerzas de ocupación ya sea a través de la resistencia armada o de la resistencia civil.

Con mi organización, Sotsialnyi Rukh (Movimiento Social), basada en los principios del socialismo democrático, nos oponemos a las medidas neoliberales y antisociales del Gobierno. Prestamos apoyo jurídico en cuestiones de derecho laboral a los trabajadores ucranianos que luchan por sus derechos sociales en el contexto de la guerra, en colaboración con activistas sindicales. Asimismo, buscamos ejercer presión internacional para que Ucrania cumpla con sus compromisos en cuanto a las normas de derecho laboral.

Instamos a nuestros aliados de todo el mundo a presionar, por un lado, para exigir apoyo militar, financiero y diplomático a Ucrania como país, para que pueda defenderse, pero al mismo tiempo nos oponemos a que esta ayuda esté sujeta a condiciones neoliberales y antisociales. También hacemos campaña por la cancelación de la deuda externa de Ucrania. En fin, el hecho de que luchemos decididamente por la victoria de Ucrania en esta guerra de agresión no implica que respaldemos las políticas neoliberales de nuestro propio gobierno. Afortunadamente, en Ucrania, a diferencia de Rusia, aún contamos con los medios para llevar a cabo este tipo de campañas, incluso en tiempos de guerra.

En esta doble posición, ¿percibe tensiones en la izquierda o más bien una forma de unión sagrada?

Creo que, en condiciones de guerra, cualquier tipo de tensión que pudiera haber existido antes se ha desvanecido. De hecho, en esta situación compartimos mucho más con los demás componentes de la izquierda que las cosas que nos dividen. Dentro de la izquierda, personas de diferentes tendencias -los anarquistas, los socialistas democráticos, los activistas antifascistas, todos excepto los estalinistas- se unieron, incluso antes de la invasión, porque un cierto número de personas eran conscientes de que probablemente iba a producirse una nueva agresión militar.

¿Quién iba a ir al ejército, y quién se quedaría para ocuparse de la logística y la ayuda humanitaria? Los roles estaban distribuidos de antemano en caso de que esto ocurriera. Por supuesto que tenemos nuestros desacuerdos, pero para que el debate político sea posible, primero debemos garantizar que nuestra sociedad esté viva y que tenemos derechos y libertades básicos, algo que es imposible bajo la ocupación de un ejército extranjero que niega a los ucranianos no sólo el derecho a la soberanía política, sino incluso el derecho a existir.

A menudo se debate la posición de los países de la Unión Europea y los miembros de la OTAN. ¿Qué hay de Suiza, donde usted vive? ¿Encuentra reticencias por parte de la izquierda en este conflicto? ¿En qué medida puede atribuirse a la tradición de neutralidad de Suiza?

Suiza ocupa un lugar especial en este conflicto. En primer lugar, es la principal plataforma comercial de materias primas, especialmente de combustibles fósiles, cuya extracción y venta no sólo destruye el planeta, como sabemos, sino que también fortalece los regímenes autoritarios, en este caso, el de Putin. Gracias a su secreto bancario, Suiza también se convierte en el refugio seguro de todos aquellos que ganan dinero con el saqueo y la explotación ilegal de los recursos, ya sea los de su propio país o los de cualquier otro. Las personas cercanas a Putin esconden sus riquezas y las de sus familias. Los oligarcas rusos próximos a Putin tienen entre 150.000 y 200.000 millones en depósitos en bancos suizos, de los cuales Suiza sólo ha bloqueado una ínfima parte. Además, muchas empresas suizas eluden las sanciones y siguen vendiendo a Rusia componentes de doble uso, como chips electrónicos, que pueden utilizarse para fabricar armas.

La posición del comité que fundamos en Suiza es garantizar que Suiza deje de ser un cómodo refugio para los negocios, la riqueza y las familias de quienes libran guerras, explotan a las poblaciones, utilizan políticas represivas y destruyen el planeta. En la derecha del espectro político, no quieren hablar de esto, porque significaría cuestionar todo el sistema que permite a Suiza seguir siendo tan rica y "neutral". "Neutral" no es la palabra adecuada para mí. Yo diría más bien que permite a Suiza seguir siendo tan cínica económicamente en su política internacional.

La izquierda también es reacia a hablar en serio de estos temas. A la gente le gusta hablar de geopolítica. De lo que no les gusta hablar es de dónde procede la riqueza de Suiza, de la que también se beneficia la izquierda local. Y, sobre todo, ¿cuál es el precio de esta riqueza? Para nosotros, estas preguntas deben formar parte del debate público. Tenemos que plantearlas, aunque resulten incómodas.

En términos de apoyo y solidaridad, ¿qué exigencias plantea la izquierda ucraniana al resto de la izquierda europea?

Creo que la exigencia número uno es mostrar solidaridad con todos los oprimidos y contra todos los opresores, y sobre todo no confundir ambas cosas. Una vez que tengamos esto claro, sería bueno garantizar que se escuchen las voces de las organizaciones, iniciativas y personalidades progresistas ucranianas y rusas.

La exigencia que compartimos, tanto la izquierda ucraniana como la izquierda antiautoritaria de Rusia, es la derrota del régimen de Putin. Por un lado, este régimen está masacrando a los ucranianos y, por otro, está enviando a cientos de miles de rusos como carne de cañón en una guerra que no tienen ninguna razón para librar. Si somos solidarios con nuestra clase y no con las grandes potencias revanchistas que se presentan como "humilladas", tenemos todo el interés en apoyar a los ucranianos que se defienden de la agresión imperialista, así como a los rusos que se niegan a ir a matar a un país extranjero. Sotsialnyi Rukh y el Movimiento Socialista Ruso publicaron incluso un manifiesto conjunto al comienzo mismo de la invasión, pero obviamente las opiniones de los socialistas ucranianos y rusos cuentan menos que las de los expertos en geopolítica que nunca han puesto un pie en Ucrania o Rusia.

¿Qué obstáculos encuentra la izquierda ucraniana para crear estos vínculos de solidaridad?

Hemos visto que varias organizaciones y figuras de izquierdas, que por lo demás son respetadas por su firme postura contra el imperialismo estadounidense, han mostrado una sorprendente complicidad con sus oponentes de derechas en el tema de la invasión de Ucrania. Su actitud a menudo refleja ignorancia, cuando no negación absoluta, de la experiencia histórica de muchos de los países que sufrieron la opresión bajo los regímenes imperial ruso y luego soviético. Creo que hay un fuerte componente psicológico en juego. Nos enfrentamos a un egocentrismo metodológico. Es más fácil creer que Occidente, y más concretamente Estados Unidos, está detrás de todas las guerras del planeta que asumir que los países no occidentales pueden actuar por su cuenta. Según esta lógica, ni siquiera el Estado ruso tiene capacidad de acción propia y sólo puede actuar en respuesta a las acciones del omnipotente Occidente. Es el único actor real de la historia, ya sea malo o bueno. Así, los críticos más virulentos del imperialismo occidental no son inmunes al occidentocentrismo, sino una expresión paradójica del mismo.

Por supuesto, debemos oponernos al imperialismo de Estados Unidos y a la hegemonía occidental, que cada vez es menos hegemónica, por cierto. Pero no nos quedemos en esa lógica binaria de oposición entre Occidente y el resto del mundo, que sólo estaría compuesto por los oprimidos. En esa lógica, nos encontramos, a veces sin comprenderlo, apoyando a las clases dirigentes de países que se dicen oprimidos por Estados Unidos pero que, en realidad, buscan redistribuir las esferas de dominación exclusiva.

Concretamente, la izquierda occidental a menudo justifica las acciones de las clases dirigentes chinas, rusas o iraníes con el pretexto de que están dirigidas contra Estados Unidos. Este enfoque estratocéntrico es intrínsecamente incompatible con los valores políticos de la izquierda, ya que hace invisibles a las clases trabajadoras de estos países. Algunos activistas de izquierda en Europa, demasiado ocupados desafiando la hegemonía estadounidense, se sienten claramente más cercanos a Putin, Xi o Raissi que a los trabajadores que resisten a estos dictadores y luchan por la libertad y la dignidad, a menudo a costa de sus vidas. Si pensamos en términos de solidaridad de clase y no de intereses de Estado, ¿cómo no solidarizarnos con quienes luchan por su libertad, ya sea contra el imperialismo estadounidense o contra el de China o Rusia?

Saludar el auge de los imperialismos no occidentales porque presentan una supuesta alternativa "multipolar" a la hegemonía occidental sería, sobre todo, una irresponsabilidad hacia quienes van a vivir realmente las consecuencias de ese mundo "multipolar", cuyo surgimiento implicará guerras y el fortalecimiento de las dictaduras. Quiero decir que los que viven tranquilamente en los países ricos protegidos por la cúpula de la OTAN no sufren las consecuencias de lo que ellos defienden como el "mundo multipolar". Pero son los ucranianos, los sirios, los kurdos y los uigures quienes ya están pagando el precio de esta "multipolaridad".

Tengo la impresión de que lo que más importa a los activistas aquí no es tanto la solidaridad con las sociedades que luchan contra la opresión, sino el deseo de ir contra la corriente dominante. Y a menudo, la única razón por la que apoyan, por ejemplo, la lucha de los palestinos y no la de los ucranianos, es que la lucha palestina les permite afirmar su identidad contraria a la corriente dominante a los ojos de los miembros del grupo al que pertenecen. En realidad, ni los ucranianos ni los palestinos son vistos como sujetos activos, como seres humanos de carne y hueso, sino sólo como objetos de fantasía y proyección. Para fomentar una solidaridad real y tangible con los pueblos que luchan contra la opresión, la izquierda tendrá que salir de esta burbuja identitaria.

También hay conceptos como internacionalismo y pacifismo, que están en el corazón de la herencia de la izquierda, y que oímos mucho en los debates sobre la invasión rusa. Se utilizan para defender una posición u otra. En su opinión, ¿por qué no se pueden utilizar estos conceptos para unirnos hoy?

El internacionalismo, la solidaridad más allá de las fronteras, la solidaridad de clase, son sin duda el núcleo de la herencia de la izquierda. Pero no estoy en absoluto segura de que el pacifismo forme parte de ella. A lo largo de la historia, la gente ha luchado por sus derechos y libertades. En la mayoría de los casos, esto ha significado tomar las armas. No se ha hecho con flores. Tampoco creo que el pacifismo sea relevante para los ucranianos. Pero sí lo es para los rusos, y estamos haciendo campaña en nombre de los pacifistas rusos para que sus voces sean escuchadas.

Al justificar la invasión, Putin lo dijo explícitamente: una Ucrania independiente es un error de la historia, no tiene derecho a existir como sociedad y como país. En este contexto, si niegas a tu vecino que se enfrenta a un peligro mortal el derecho a defenderse con el pretexto del pacifismo, o te gusta vivir en un mundo donde los derechos del más fuerte prevalecen sobre todo lo demás, y este es el caso de pacifistas muy famosos como Viktor Orban, Donald Trump y Jair Bolsonaro (que tienen un gran interés en que se normalicen los medios de acción de Putin), o tienes miedo y esperas que el agresor se contente con matar sólo a tu vecino, y no a ti. Lo que más me sorprende es que ya tenemos algunos precedentes bastante oscuros en la historia europea que deberían habernos enseñado que nunca hemos conseguido mantener la guerra a raya esperando que el agresor que mataba a su vecino se detuviera en nuestra puerta.

Frente a las fuerzas oscurantistas, fascistas, ultraconservadoras y autoritarias, debemos actuar. Tenemos la impresión de que conceptos como paz y democracia nos han caído del cielo. No, son los logros de una lucha social, y también el resultado de nuestra victoria en la guerra contra el fascismo en 1945. Putin cuenta con nuestra pereza moral y nuestra corta memoria en Europa Occidental. No debemos olvidar las lecciones de los años treinta, cuando se dieron las mismas divergencias en el seno de la izquierda europea. También había organizaciones para las que el imperialismo británico era el enemigo número uno en 1939 y que esperaban que el ascenso de la Alemania nazi creara un sistema internacional más equilibrado.

Retomando lo que has dicho sobre el pacifismo, uno de los argumentos de la izquierda está, de hecho, vinculado al apoyo armado a la resistencia ucraniana. Una parte de la izquierda europea está preocupada por este apoyo, especialmente el militar y logístico, que podría alimentar a elementos nacionalistas de derechas o incluso de extrema derecha, violentos y vengativos, en el peor de los casos. En el mejor de los casos, este apoyo podría ayudar a un régimen que usted mismo ha descrito como neoliberal, con muy poca consideración por los derechos sociales y civiles. ¿Cómo responde a este tipo de argumentos, que ponen de relieve las consecuencias indirectas del apoyo a la resistencia ucraniana?

Quizá merezca la pena recordar que Zelenski es un judío rusoparlante que ni siquiera hablaba ucraniano antes de ser elegido democráticamente presidente. A diferencia de presidentes anteriores, Zelenski ha hecho hincapié en la unidad entre las distintas regiones de Ucrania, entre rusoparlantes y ucranoparlantes, yendo en contra del discurso etnonacionalista. Y, sin embargo, más del 70% de la población ucraniana votó por él. Extraño para un país que se presenta como nacionalista de derechas, ¿verdad? La extrema derecha, a pesar de haber formado una coalición electoral, fue incapaz de obtener más del 2% en las últimas elecciones parlamentarias. ¿Hace falta que les recuerde los resultados de los candidatos de extrema derecha en muchos países europeos?

Ucrania es una sociedad compleja, como todas las demás. Sí, la extrema derecha existe en Ucrania, como en todos los países, pero a pesar de su presencia en la sociedad, en la cultura y en los medios de comunicación, no ha sido capaz de convertirse en una cuestión política legítima. La extrema derecha violenta y revanchista, como usted dice, está efectivamente en el poder, pero no en Ucrania, sino en Rusia. Hemos pasado de una especie de autoritarismo neoliberal a una forma de dictadura fascista. Y cuando hablo de fascismo, no lo digo como un insulto. El fascismo es una forma muy concreta de régimen político. Para resolver su propia crisis y los retos que se planteaban en el país, el régimen autoritario ruso introdujo medidas cada vez más radicales, hasta el punto de estar dispuesto a invadir un país independiente y amenazar al mundo con armas nucleares.

Creo que es importante que no elijamos el objetivo equivocado y exageremos la presencia de fuerzas oscurantistas en Ucrania, mientras hacemos la vista gorda ante el hecho de que, en Rusia, la extrema derecha está en el poder y libra una guerra de agresión con un discurso que puede calificarse de incitación al genocidio.

En un mundo ideal, no habría guerra ni habría que tomar decisiones. Sin embargo, esta es la elección que enfrentamos hoy: o apoyamos a la víctima, o nos abstenemos y damos al agresor la oportunidad de seguir matando. Es importante señalar que no se trata sólo de Ucrania: los regímenes similares a Putin se convertirán en la norma si Putin se sale con la suya. Esto enviaría una señal a todos los agresores del mundo de que ahora es legítimo y aceptable resolver cuestiones de legitimidad política interna mediante guerras de agresión. Si no actuamos, nos despertaremos en un mundo donde todas las naciones que se consideran grandes potencias intentarán redistribuir sus áreas de influencia, en otras palabras, nos despertaremos en un mundo de guerras generalizadas y totales.

En cuanto a la preocupación por el apoyo a Ucrania, me recordó lo que dijo Lenin durante la revolución irlandesa de 1916. Muchos en la izquierda no la apoyaron, diciendo que era un putsch y que los socialistas no tenían nada que ganar apoyando a los nacionalistas irlandeses. Lenin respondió que cualquiera que espere una revolución social pura nunca vivirá para verla. Esto es más o menos lo que está ocurriendo hoy: los activistas de izquierdas dicen "No sois lo suficientemente de izquierdas para mí, no quiero apoyaros" a personas que están luchando con las armas en la mano para defender los derechos fundamentales y la soberanía política que aquí damos por sentados. Es una actitud muy arrogante.

Para concluir, ¿por qué estas dos interpretaciones de la guerra en Ucrania por parte de la izquierda -la de un enfrentamiento entre dos bloques geopolíticos, en el que la OTAN tendría una parte de responsabilidad, y la de un conflicto determinado por factores internos al régimen ruso- son necesariamente contradictorias? ¿No podrían ser ambas ciertas al mismo tiempo?

En teoría, es posible que no quieras favorecer una interpretación sobre la otra. En la práctica, sin embargo, me he dado cuenta de que una vez que postulas que la OTAN fue en gran medida responsable del inicio de la guerra, sientas una mala base para tu razonamiento y, por tanto, para todo el edificio de tu pensamiento. Existe la idea de que la OTAN ha invadido la zona de influencia rusa y que Rusia se limita a reaccionar ante esta amenaza occidental. Esta interpretación lleva a una conclusión con importantes implicaciones políticas: si Rusia empezó la guerra porque Occidente había invadido su legítima zona de influencia, esto significa que la guerra podría haberse evitado o incluso terminado si se hubieran atendido las demandas de Rusia.

En primer lugar, este razonamiento nos dice abiertamente que, si tu país no es una "gran potencia" como Rusia, Estados Unidos o China, no tienes derecho a la soberanía y estás condenado para siempre a ser una colonia. Pero incluso si dejamos de lado todas las cuestiones morales y éticas y aceptamos que la clave de la paz mundial consiste en aceptar que el mundo esté dividido en varias zonas de influencia exclusivas (olvidemos incluso que este tipo de arquitectura global ya ha provocado dos guerras mundiales), se plantean no obstante varias cuestiones.

Imaginemos que, persiguiendo el noble objetivo de querer detener la guerra, dividimos Ucrania y "garantizamos" a Rusia que lo que quedaba de ese país nunca podría unirse a las alianzas militares, políticas y económicas occidentales. ¿Qué nos hace pensar que esto calmará a Putin? Permítanme recordarles que en su ultimátum a Occidente en diciembre de 2021 exigió la totalidad de Europa del Este. La zona de influencia rusa imaginada por Putin no termina en Ucrania y, en realidad, nadie sabe dónde termina. La respuesta más probable es que no termina en ninguna parte, porque cualquier país democrático en sus fronteras es una amenaza para Rusia, no para la seguridad de la población rusa, sino para la seguridad del régimen autoritario.

Cuando atribuimos las causas de la guerra a un enfrentamiento entre dos bloques, nuestra suposición subyacente es que la OTAN constituye una amenaza objetiva para la seguridad de Rusia. Y ahí es donde nos equivocamos, porque nos tomamos al pie de la letra la retórica de Putin.

Un rápido recordatorio: Finlandia entró en la OTAN este año. Al mismo tiempo, el ministro de Asuntos Exteriores finlandés afirmó que no se han desplazado más tropas rusas a la frontera común desde que Finlandia se unió a la alianza. Si la OTAN fuera la amenaza objetiva para Rusia, ¿por qué no hay tropas, ni siquiera propaganda oficial que presente a Finlandia como una amenaza? Está claro que el ingreso en la OTAN de un país con 1.340 km de frontera con Rusia no es un problema para Putin. En cambio, Ucrania, que nunca ha solicitado oficialmente el ingreso en la OTAN, se presenta como una amenaza inminente para la propia existencia de Rusia. Así que tal vez no sea la OTAN lo que amenaza a Putin, sino otra cosa.

Tendemos a olvidarlo, pero Putin no siempre fue antioccidental. No fue hasta 2011 cuando empezó a decir que Rusia estaba en peligro y que ese peligro emanaba de Occidente. ¿Qué ocurrió en 2011? ¿Fue un año en el que algún país occidental se mostró especialmente agresivo con Rusia? En absoluto. Lo único que ocurrió ese año fue que los rusos de a pie salieron a la calle para protestar contra Putin, que estaba violando la Constitución para salir elegido por tercera vez. El miedo de las élites a perder el poder generó un discurso que presentaba a Rusia como una fortaleza sitiada, rodeada de enemigos, y a Putin como el único líder capaz de proteger a Rusia de este peligro existencial. "Sin Putin, no hay Rusia", dijo Viacheslav Volodin, uno de los líderes del partido de Putin.

En mi opinión, esta guerra no es una respuesta a una amenaza objetiva para la sociedad rusa, ni a la amenaza externa resultante de las tensiones entre los bloques. Esta guerra es una respuesta a una amenaza subjetiva contra la mafia rusa, que se ha apoderado del aparato del Estado y no quiere renunciar a lo más mínimo de su poder. Así pues, no es Rusia la que está en peligro, sino su sistema político, y esta amenaza es el resultado de las tensiones entre intereses de clase dentro del propio Estado ruso. No es fácil conservar el poder en un país donde el 1% de la población posee el 75% de la riqueza total. Por eso, el régimen está haciendo todo lo posible para sofocar las tendencias democráticas en su vecindario, y especialmente en Ucrania. Ucrania es un país con el que los rusos de a pie tienen los lazos culturales más estrechos. Si consigue construir un Estado democrático y próspero, corre el riesgo de despertar ideas peligrosas en los rusos. De hecho, podrían preguntarse: si los ucranianos no necesitan un Estado autoritario y represivo para llevar una vida normal, ¿por qué nosotros sí lo necesitamos?

Y, por último, hay que admitir que la OTAN no está tomando la iniciativa en Europa Oriental: son los propios países los que desean desesperadamente unirse a la alianza, y están ejerciendo presión para que lo hagan. ¿Por qué? Porque ven en el imperialismo ruso una amenaza muy real. Y, sobre todo, lo hacen porque somos incapaces de ofrecer a estos países ninguna garantía de seguridad que no sea la pertenencia a la OTAN. Como recordatorio, Ucrania firmó el Memorándum de Budapest en 1994, en virtud del cual renunció a todo su antiguo arsenal de armas nucleares, el tercero más grande del mundo, a cambio de la garantía de que Rusia respetaría su soberanía y sus fronteras. Cuando Rusia violó este acuerdo y el mundo enmudeció, todos los países del espacio postsoviético se dieron cuenta de que todo este papeleo no servía para nada, y que el artículo 5 del tratado de la OTAN, que prevé la asistencia mutua entre los Estados miembros en caso de agresión, es la única forma válida de protegerse. Mientras la ONU esté en muerte cerebral y la comunidad internacional sea incapaz de proponer mecanismos de seguridad alternativos, resulta cínico pedir el desmantelamiento de las alianzas militares.

Si queremos abordar posibles soluciones a esta guerra, al menos debemos tener claras sus causas. No creo que el razonamiento geopolítico sea adecuado para entender esta guerra, y mucho menos, para proponer soluciones.