El mes de mayo de 2024 se dio el 80 aniversario de la deportación por Stalin de los tártaros de Crimea, un crimen masivo al que hace eco, desde hace 10 años, la brutal ocupación de la península anexada por el régimen imperialista putiniano.
1944: la deportación de todo un pueblo
La noche del 18 de mayo de 1944, en las ciudades y el campo de Crimea, más de 32.000 miembros del NKVD (antepasado del KGB, por lo tanto, del actual FSB) irrumpieron violentamente en los hogares de las y los tártaros de Crimea: les dieron 30 minutos para reunir algunos efectos y los amontonaron en vagones de mercancías que los llevarán a miles de kilómetros en Asia Central, principalmente en Uzbekistán.
En dos días, toda la población tártara (200.000 personas) es deportada en condiciones atroces: 10.000 personas mueren durante las semanas de este interminable viaje, diezmadas por el hambre, la sed, el frío, las epidemias. Un superviviente contaba que, todas las mañanas, los guardias de los convoyes hacían la misma pregunta: “¿Hay cadáveres en el vagón?”.
Entre 1944 y 1947 perecieron alrededor del 45% de las personas supervivientes de estos viajes de la muerte. No se había previsto nada para acoger a las víctimas de este éxodo forzado, alojadas en campos precarios e insalubres, sujetas a una estricta vigilancia y a una obligación de revista semanal, mal vistas por las poblaciones locales y enfrentadas al racismo que despertado por las autoridades.
En 2019, Ucrania califica esta limpieza étnica asesina de “genocidio”.
¿El pretexto? La colaboración con los nazis
Stalin acusa a los tártaros de haber colaborado con los nazis y “traicionado a la Unión Soviética”. En realidad, había entre ellos (como entre todos los pueblos que sufrieron la bota soviética) colaboradores que esperaban, erróneamente, que Alemania los tratara mejor que la Rusia estalinista y soldados del Ejército Rojo, que no fueron menos heroicos que los demás pero a las que sus hechos de armas en la “gran guerra patriótica” no protegieron de este espantoso castigo colectivo.
En 1945, se abolió la República Autónoma de Crimea. Las autoridades rusas se esforzaron por borrar todo rastro de la herencia tártara en la península de la que fueron expulsados: los nombres de las ciudades, ríos, montañas se cambian; se destruyen muchos edificios y monumentos religiosos; se da la orden de reescribir la historia para hacer de Crimea una tierra que siempre habría sido rusa (Putin no ha inventado nada...).
Una memoria transmitida de generación en generación
Durante décadas, en las familias se transmite la memoria del Sügürlink (el exilio), parte integrante de una identidad tártara que ninguna represión podrá erradicar. Durante décadas, el nacionalismo tártaro (no violento) luchó por el derecho al retorno.
Durante mucho tiempo fue en vano. Luego, con la desestalinización, el control comenzó a aflojarse. Krushchev une Crimea a Ucrania. En 1956, se reconocieron algunos derechos culturales a las personas tártaras. En 1967, un decreto anuló la acusación de colaboración con los nazis. Será necesario el hundimiento de la URSS, a finales de los años 80, para que finalmente las y los tártaros pudieran volver a casa: 100.000 en 1990, otros tantos en 1991, 250.000 en total.
Nunca renunciaron a luchar por sus derechos. En 1962 se creó la Unión de la Juventud Crimeo-Tártara que dio un nuevo impulso a la resistencia: Moustafa Djemilev se implicó en ella muy joven. Líder del movimiento nacional tártaro, firme defensor de la independencia y la democracia ucranianas, ahora, a los 80 años, es diputado de la Rada (el Parlamento ucraniano). Fue el alma de muchas movilizaciones y encarcelado en varias ocasiones.
Hará en prisión una huelga de hambre de 303 días y forjará estrechos vínculos con los disidentes rusos de los años 60-70, incluido el general Grigorenko, de origen ucraniano, que apoyará activamente la lucha de las y los tártaros y será enviado durante muchos años a los “hospitales psiquiátricos especiales” en los que el régimen encerró a sus opositores más inflexibles. Las tropas rusas acaban de hacer desaparecer el monumento que le rinde homenaje a Simferopol, una ciudad ahora ocupada, erigido por iniciativa del Majlis tártaro.
Catalina II, Stalin, Putin la prueba a largo plazo del colonialismo ruso
Las y los tártaros de Crimea son los lejanos descendientes de los jinetes de Genghis Khan, instalados en la península en el siglo XIII. Al principio, por lo tanto, fue la Horda de Oro (confederación de tribus guerreras turcas y mongolas) y luego, después de su disolución, la fundación en 1441 de un reino tártaro independiente, el Khanato, de religión sunita y lengua turca, que durará tres siglos.
En 1783, violando un tratado firmado nueve años antes, Catalina II anexionó Crimea a su imperio y alentó allí la colonización por parte de otros pueblos (rusos a la cabeza) que gradualmente se convirtieron en mayoría. La península se convierte entonces en “la perla de la corona del zar” y Sebastopol en la sede de la flota rusa en el Mar Negro. Colonización, rusificación, inferiorización: el tríptico queda en pie por mucho tiempo...
Con la revolución bolchevique, tras la proclamación de un efímero estado tártaro en Simferopol y los sangrientos enfrentamientos de la guerra civil, se instituyó una República Socialista Soviética de Crimea: reconoce al pueblo tártaro como el principal pueblo de Crimea, la lengua tártara se convirtió en lengua de Estado al igual que el ruso, pero este breve período de “indigenización” no sobrevivió a la muerte de Lenin y a la toma del poder por parte de Stalin.
1934 marca el final de la “tartarización”. En 1936, se revisó la Constitución de la República de Crimea para poner la península bajo la estricta autoridad de Moscú. A partir de ahí, las y los tártaros sufrirán, como todos los rusos y los pueblos bajo su control, las purgas y represiones estalinistas acompañadas, en su caso, de discriminaciones específicas que culminan con la deportación de 1944.
Con la anexión de Crimea en 2014, justo después de la revolución de la dignidad de Maïdan y después de un referéndum falso que la comunidad internacional no reconoce, Putin sigue los pasos de sus predecesores. Una feroz represión cae sobre todos los patriotas ucranianos que se resisten al robo de Crimea y golpea especialmente a los tártaros: rusificación forzada, desapariciones, detenciones, torturas, violaciones, desembarco masivo de colonos rusos. El Majlis (Asamblea de los Tártaros) es declarado “organización terrorista” y prohibido. En 2021, un informe del Consejo de Europa denuncia los crímenes cometidos en Crimea, que documenta rigurosamente SOS Crimea. Una vez más, muchas personas tártaras se ven obligadas a huir, hacia Turquía o hacia la Ucrania no ocupada, especialmente para escapar de la movilización forzada en el ejército ruso.
“Todo comenzó con Crimea, todo terminará con Crimea” (Volodymyr Zelensky)
La Ucrania resistente está decidida a echar al invasor fuera de Crimea. Casi todas las noches, misiles y drones, aéreos y navales, apuntan a los sitios militares rusos de la península anexada: estaciones de radar, centros de telecomunicaciones, aeródromos, aviones de combate, puerto de Sebastopol... Después de destruir muchos barcos y obligar a la flota rusa del Mar Negro a retirarse hacia el este, las fuerzas ucranianas ejercen presión sobre Crimea: porque tienen más que nunca el objetivo de liberarla y porque es una base logística importante para el ejército ruso.
En la Ucrania independiente, las y los tártaros finalmente han encontrado su lugar y han recuperado sus derechos. Reconstruyeron su Asamblea, el Majlis. En 1991, influyeron con fuerza en la votación del 54% de Crimea a favor de la adhesión a Ucrania. Después de la invasión rusa de 2014, boicotearon masivamente el referéndum-estafa organizado por Putin para justificar la anexión. Un compromiso inquebrantable que los convierte en los objetivos privilegiados de la represión rusa.
Paradójicamente, la anexión de Crimea ha arraigado en la opinión ucraniana la convicción de que constituye una parte inalienable de la nación ucraniana y que la historia de la península (tan grande como la Bretaña francesa) es una parte integrante de su historia común.
Los tártaros en la Ucrania de hoy: una visibilidad inédita y una verdadera igualdad de derechos
La Casa de Crimea, fundada en Kiev en 2015, promueve la cultura de Crimea y especifica desde la entrada: “no hay paisaje cultural de Crimea ucraniana sin las personas tártaras de Crimea”. El Museo Nacional Mystetskyi Arsenal organiza exposiciones que reintegran a Crimea y a la gente tártara en la imaginación del público. Se ruedan películas como “En tierra de Crimea”, estrenada en 2019, en la que Nariman Aliev, cineasta de origen tártaro, cuenta la historia de un padre que lucha por ir a enterrar a Crimea a su hijo muerto en el frente bajo el uniforme ucraniano. En el ejército ucraniano, muchos soldados llevan en el hombro derecho de sus mallas una espiga con la bandera tártara, “para que la gente vea, dice uno de ellos, que los tártaros están luchando por Ucrania”.
El gobierno ucraniano se enriquece con personalidades tártaras porque Ucrania no es una nación étnica sino una nación cívica, acogedora para todos los suyos. En junio de 2020, Emin Dzheppar se convierte en la N ° 2 del Ministerio de Asuntos Exteriores.
En 2021, la Plataforma Crimea, lanzada por iniciativa de Volodymyr Zelensky, celebra su primer foro internacional. En 2022, el presidente ucraniano manda a Tamila Tasheva como representante personal para Crimea y su reconstrucción después de la liberación.
En septiembre de 2023, Roustem Oumierov, ex consejero de Moustafa Djemilev, el líder histórico de los tártaros, y ex jefe del Fondo de Bienes del Estado, un poliglota de cuarenta años considerado incorruptible y hábil negociador, fue nombrado ministro de Defensa.
Este es el puesto más alto jamás ocupado en el aparato estatal por un tártaro. Su misión: erradicar la corrupción en un Ministerio afectado por numerosos escándalos. Rabiosos, los medios de comunicación putinianos lo representan con los rasgos de una caricatura antisemita, lo acusan (porque es musulmán) de ser miembro de la secta de Fethullah Gülen, le tratan de espía estadounidense. El mensaje de su nombramiento es triple: en la Ucrania democrática que lucha por su soberanía, las personas tártaras tienen todo su lugar; la lucha contra la corrupción se refuerza; Kiev no cambiará Crimea por un tratado de paz.
¡El año que viene en Bakhtchissaraï! (ciudad histórica del pueblo tártaro), un mensaje de los años de exilio, es más actual que nunca.
Sophie Bouchet-Petersen es secretaria general de Ukraine CombArt
Publicado en Ucrania CombArt #11, Mayo 2024
https://www.syllepse.net/syllepse_images/soutien-a---lukraine-re--sistante--n-deg-30_compressed.pdf p.102-106
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur