Vitold Vasiletskyi
(Traducción del artículo publicado en inglés en la revista ucraniana de izquierdas Commons: https://commons.com.ua/en/poziciya-svitovoyi-livici/)
Ha pasado medio año desde que comenzó la guerra a gran escala entre Rusia y Ucrania. Además de los eventos en el campo de batalla, ha habido muchas discusiones políticas, particularmente entre la izquierda. En este texto, trato de resumir sus puntos principales y presentar argumentos con respecto a la invasión rusa como un tema específico y como parte de una crisis de relaciones internacionales más amplia.
El militarismo como antítesis de la racionalidad colectiva
Una de las características más impresionantes del sistema capitalista es el contraste entre su enorme potencial material, técnico e intelectual y el nivel de bienestar de la mayoría de las personas. No utilizo el término “bienestar” en el sentido económico estricto (como mero poder adquisitivo), sino como una condición en la que las necesidades básicas de uno se satisfacen de manera confiable y se encuentran disponibles oportunidades para aplicar sus habilidades a actividades socialmente útiles. Las necesidades básicas no se reducen a la vivienda, la alimentación, la educación, etc., sino que también presuponen el cuidado de la salud, la estabilidad del entorno y la seguridad física. Desafortunadamente, incluso esto último falta. Durante los últimos tres años, los ciudadanos ucranianos han experimentado dos cataclismos globales.
En 2020-21, varias oleadas de COVID-19 en Ucrania dieron como resultado un exceso de mortalidad en torno al 35 % en comparación con los años anteriores, lo que no es extraordinario para Europa y el mundo. Sin embargo, esto reveló problemas que no se limitan al ámbito nacional. En primer lugar, destacaría la incapacidad de coordinar acciones globales oportunas para prevenir la pandemia en las primeras semanas posteriores al descubrimiento del virus. Algunos países lograron mantener la incidencia en casi cero durante un par de años, y finalmente se dieron cuenta de que su política era demasiado difícil de mantener y, en general, inútil dado que el resto del mundo dejó que el virus arrasara (con la notable excepción de China, pero podría decirse que sus duras medidas también merecen críticas).
Finalmente, la expansión de la agricultura industrial, esta vez a áreas remotas de China, podría haber causado la aparición misma de este patógeno. Por lo tanto, parece bastante probable que la gestión ambiental capitalista y la fragmentación política de la humanidad puedan provocar amenazas que conduzcan a un exceso de mortalidad sin precedentes en tiempos de paz. No hay razón para creer que estamos a salvo de que una situación así se repita en el futuro.
Una invasión rusa a gran escala es el segundo cataclismo. Si bien la pandemia está relacionada con una amenaza externa a la humanidad, aquí las personas mismas se están matando entre sí en masa. Esta negligencia triunfante de la vida humana es ante todo una guerra de agresión librada por Rusia. Sin embargo, los mismos factores del primer cataclismo hicieron posible la arbitrariedad de Putin, a saber, las instituciones internacionales incompetentes y las políticas miopes de muchos Estados. Y por miopía, no solo me refiero a la confrontación de Occidente con el régimen de Putin, sino más bien a su larga cooperación con él.
Desde 1945, la anexión de Crimea en 2014 fue el primer caso europeo en el que un Estado se apoderó y declaró parte del territorio de otro Estado como propio. Era una especie de “Sudetes rusos”. Sin embargo, incluso después de la anexión de Crimea y el papel decisivo de la participación rusa encubierta en la guerra de Donbass en 2014-15, Europa Occidental consideraba a Rusia un importante socio comercial. Por ejemplo, el Nord Stream-2 se construyó durante estos años como parte de la estrategia alemana. Además, los países occidentales exportaron muchas armas a Rusia. En general, es por el papel de políticos como Schröder y Merkel, cuya política estuvo fuertemente influenciada por las grandes empresas, que la agresión rusa a gran escala se hizo posible y Putin consideró improbable que Occidente impusiera sanciones.
La agresión rusa también implica un rechazo fundamental de los principios democráticos. Putin exigió oficialmente que Ucrania reconociera la independencia de LNR y DNR dentro de las fronteras de los respectivos oblasts (regiones), aunque es dudoso que los residentes de las partes controladas por Ucrania de los oblasts de Donetsk y Lugansk quisieran un cambio de jurisdicción, especialmente por medos militares. Además, Rusia se ha apoderado de grandes áreas en el sur de Ucrania, sin decir nada sobre su estatus durante meses [1] y aterrorizando a los lugareños, que no expresan ningún signo de lealtad masiva. Todavía tenemos que comprender el hecho de que una guerra que destruye ciudades enteras con una población de hasta medio millón puede lanzarse en el siglo XXI por voluntad de una sola persona.
Al decir “una persona”, no pretendo negar la responsabilidad política de la camarilla gobernante rusa, de los partidarios activos y pasivos de la guerra (estos grupos pueden abarcar la mayoría de la población rusa), o de Lukashenka y sus seguidores. Sin embargo, Putin tomó esta decisión él mismo consultando, según parece, a un círculo de personas extremadamente limitado. Como en el caso de la pandemia, la comunidad mundial ha sido incapaz de diseñar mecanismos para detener la guerra y los crímenes concurrentes: asesinatos y violaciones, deportación de personas a Rusia y Bielorrusia, campos de filtración, etc.
La arbitrariedad de los Estados individuales, especialmente los nucleares, es muy difícil de detener. Debemos hacer algo al respecto.
La guerra es también un insulto a la política climática. Primero, las ganancias de las exportaciones de petróleo y gas contribuyen al financiamiento de la guerra. Los gobiernos europeos, que descarbonizan sus economías con bastante lentitud, también compran combustibles fósiles rusos. En segundo lugar, la industria militar y las fuerzas armadas son ejemplos vívidos de desperdicio. Producir, probar y desplegar todo este equipo militar terrestre, aéreo y naval, así como crear la infraestructura para ello, requiere un gasto masivo de recursos, incluidos los combustibles fósiles.
Además de los recursos materiales, el ámbito militar absorbe una parte sustancial del potencial humano. Se necesita una gran cantidad de ingenieros y científicos para diseñar aviones, tanques, barcos, submarinos, bombas, misiles, sistemas de salva, misiles termobáricos, radares y otros tipos de armas y equipos, sin mencionar las armas nucleares. Las personas que de otro modo podrían trabajar en beneficio de las instituciones que afirman la vida (cuidado de la salud, energía limpia, conservación del medio ambiente, etc.), se involucran en actividades de beneficio social negativo (si no desde la perspectiva de los estados individuales, sí desde la perspectiva de la humanidad en general).
Es indudablemente cierto que algunas tecnologías civiles notables se desarrollaron inicialmente con fines militares. Aún menos dudas tengo sobre los beneficios que trae la investigación básica. Sin embargo, aún sería mucho mejor asignar de primera mano el potencial intelectual e industrial a las necesidades humanas básicas.
Desafortunadamente, resultó más bien lo contrario: las instituciones que afirman la vida tanto de los estados de bienestar occidentales como de la Unión Soviética se desarrollaron junto con las necesidades militares. Como señala Georgi Derluguian, el Estado moderno es una máquina militar-industrial, donde el ejército y la industria militar se complementan con el sistema policial y de control de pasaportes, el sistema fiscal, la propaganda patriótica, la educación masiva y la atención médica. La URSS fue un ejemplo particularmente vívido de tal Estado. Como escribe Derluguian, “la militarización de la superpotencia soviética subyacía en varias esferas como la industria, la ciencia, la investigación espacial, la ideología patriótica, la política nacional, el deporte, la educación y la socialización de la población masculina”.
El mundo ha cambiado desde entonces. Por ejemplo, los ejércitos se han vuelto más dependientes de los soldados contratados. Como muestra el ejemplo ruso, la desigualdad social posibilita su reclutamiento al hacer del servicio militar una de las pocas opciones para ganar dinero. Sin embargo, debemos recordar la naturaleza de los Estados construidos por socialdemócratas y bolcheviques, ya que puede proporcionarnos una píldora contra la nostalgia innecesaria y el sovietismo.
Por supuesto, no sostengo que el estado de bienestar sea una mala idea. Lo que intento decir es que los ejemplos históricos de estados de bienestar tuvieron un precio demasiado alto. Además, es fácil llegar a tal conclusión basándose en ideas humanísticas abstractas, beneficiándose de este sistema de bienestar y manteniéndose alejado de las áreas donde los productos del complejo militar-industrial están siendo utilizados intensivamente. Pero es una experiencia completamente diferente reflexionar sobre esta pregunta escondido en un refugio mientras un ejército invasor intenta penetrar en tu ciudad. Entonces, tiendo a estar de acuerdo con Derluguian, quien cree que los socialistas del siglo XXI deberían resolver los problemas planteados por los movimientos contra la guerra, ambientales y otros de 1968.
Por lo tanto, el antimilitarismo debe ser, sin duda, una prioridad estratégica de la izquierda. Al mismo tiempo, quiero advertir contra algunas interpretaciones simplistas y erróneas de esta conclusión. Desafortunadamente, es fácil caer en el pacifismo ingenuo o en el antiimperialismo abstracto usando consignas pegadizas pero cuestionables.
El doctrinalismo como forma de apoyo pasivo a la invasión rusa
Por ejemplo, fijémonos en un artículo del socialista británico Colin Wilson, al que yo llamaría un brillante ejemplo de antiimperialismo abstracto (o Izquierda Evasionista). El autor afirma correctamente que la guerra en Ucrania es una agresión imperialista rusa. Al mismo tiempo, afirma que fue la política de la OTAN de aislar a Rusia lo que creó el contexto para ello. Además, Wilson llama legítimamente a luchar no contra los imperialistas individuales sino contra el imperialismo como producto del sistema capitalista. Desea que la guerra desacredite a las clases dominantes de todos los Estados imperialistas, lo que ayudaría a la clase obrera a establecer la unidad internacional. Finalmente, el autor plantea algunas demandas específicas: retirar las tropas rusas de Ucrania, cancelar la deuda externa de Ucrania y permitir que los refugiados ucranianos vengan a Gran Bretaña sin visas. Finalmente, Wilson mencionó que la OTAN debe disolverse y Gran Bretaña debe abandonar la organización.
¿Qué tiene de malo este manifiesto? Primero, no está claro qué papel juega la petición de retirada de tropas. Putin debería ser el destinatario aquí, pero ¿escuchará los llamamientos de la izquierda británica? Para responder a esta pregunta, definamos el papel de la OTAN en el estallido del conflicto.
Una idea común entre la izquierda es que la OTAN es un atavismo de la Guerra Fría que debió ser abolido inmediatamente después de la desaparición de la URSS. En cambio, permaneció en funcionamiento y se expandió en gran medida hacia el este, lo que generó tensiones con Rusia.
Soy consciente de que la política occidental hacia la Rusia postsoviética podría haber sido más eficiente, no solo en términos de seguridad sino también en el ámbito económico. Aunque, destacaré que la guerra ruso-ucraniana no se trata principalmente de la OTAN y que la ambición imperial de Rusia constituye un motivo mucho más importante para la guerra ruso-ucraniana.
En 2008, en la cumbre de la OTAN, Putin denominó a Ucrania un Estado artificial. En 2021, expresó pensamientos similares en su artículo sobre la “unidad histórica” de rusos y ucranianos. Hizo lo mismo en su discurso con motivo del reconocimiento de DNR y LNR en febrero de 2022. Al afirmar que Ucrania es parte de la “Rusia histórica”, Putin de hecho niega su derecho a existir fuera de la esfera de influencia rusa. Según el canciller Scholz, en una conversación privada poco antes de la invasión, Putin le dijo lo mismo: Ucrania y Bielorrusia no pueden ser Estados soberanos. Putin parece creer sinceramente que los ucranianos y los rusos son “un solo pueblo” y considera que el posible acercamiento de Ucrania a Europa es una amenaza para su propio gobierno.
Además, Ucrania (a pesar de ser un Estado económicamente débil antes de la invasión) es un activo potencialmente valioso con suelos fértiles, materias primas, mano de obra cualificada y potencial industrial (incluida la industria militar). La inclusión de Ucrania en la alianza con Rusia y Bielorrusia la convertiría en una potencia mucho mayor en la política mundial, al menos si no hubiera sanciones severas.
No evaluaré la proporción de motivos «históricos» y «económicos estratégicos» en la cabeza de Putin. Solo enfatizo que parecen jugar un papel crucial en la voluntad de Putin de llegar tan lejos en la lucha específica por Ucrania. Esto no quiere decir que la membresía o el acercamiento de Ucrania a la OTAN no importara en absoluto. Pero si la posibilidad del despliegue de la infraestructura militar de la OTAN es una amenaza tan grande, ¿por qué el Kremlin reaccionó tan moderadamente ante el ingreso de Finlandia en la OTAN? Finlandia está tan cerca de Moscú como Ucrania, y también se puede llegar fácilmente a San Petersburgo. Sin embargo, la cuestión es que Rusia no tiene ninguna disputa territorial con Finlandia, a diferencia de Ucrania por Crimea.
Pero si es así, digámoslo claro: el problema no está en la expansión de la OTAN, sino en la de Rusia, a través de la agresión militar, para ser precisos. Por otro lado, el estado político inestable de Crimea (así como de Donbas) es una poderosa salvaguardia contra el ingreso de Ucrania en la OTAN. E incluso antes de que surgiera, allá por 2008, Alemania y Francia bloquearon el plan de acción de adhesión a la OTAN para Ucrania y Georgia.
Para acortar una larga historia, no fue la OTAN u otras formas de expansión occidental lo que condujo a la guerra. Los objetivos revanchistas de Rusia en el espacio postsoviético y sus pretensiones al estatus de gran potencia son los culpables. Rusia pretende ser uno de los polos del mundo multipolar y tener su propia esfera de influencia. Incluso si la OTAN se desmoronara en este momento, esto solo facilitaría la tarea de Putin en Ucrania. Por lo tanto, si bien comparto las críticas comunes de la izquierda occidental a la OTAN, no considero que la guerra actual sea una oportunidad adecuada para agregar este discurso.
También hay un problema con los llamados a la solidaridad internacional de los trabajadores. No estoy seguro de si los socialistas británicos hicieron tales llamamientos en 1940-41 cuando los aviones nazis atacaron su país. Pero como podemos ver, tales llamadas aparecieron cuando las tropas rusas llegaron a los suburbios de Kyiv, exterminando a la población civil allí. Al mismo tiempo, no está claro cómo puede surgir en semanas o meses un movimiento antibélico ruso de masas capaz de detener la guerra. ¿Hay algún caso de tales revueltas en la historia? Teniendo en cuenta la asimetría de las partes, lo que realmente se necesita es una combinación de la resistencia armada ucraniana (y la verdad es que Kyiv se salvó de la ocupación gracias a esa resistencia, no a las consignas pacifistas) y el movimiento contra la guerra en Rusia y Bielorrusia. Sin embargo, enfrentaremos los resultados de la actividad contra la guerra solo después de un tiempo.
Sin duda, es necesario exigir ayuda para los refugiados, pero debemos respetar la subjetividad de los ucranianos y no percibirlos como víctimas pasivas. Es indicativo que Wilson expresó su solidaridad con los valientes participantes del movimiento contra la guerra ruso, pero no encontró tales palabras para ningún grupo de ucranianos.
¿Por qué no evitar que tantos ucranianos como sea posible se conviertan en refugiados ayudando a Ucrania a repeler las ofensivas rusas? En cambio, numerosos manifiestos y artículos reiteran que la ayuda militar a Ucrania solo prolonga el conflicto o incluso aumenta la amenaza de una escalada internacional. Según esta lógica, la mejor vía para la desescalada es la rendición de Ucrania. Parece que alguien no se molestaría si Rusia se apoderara rápidamente de Ucrania. Pero decirlo claramente significa arriesgar su reputación (a menos que de todos modos sea un partidario abierto de Rusia). Por lo tanto, debe envolverlo en lemas «por la paz» sin discutir las condiciones específicas de un acuerdo de paz y la opinión pública en Ucrania. Aún así, algunos en la izquierda occidental llegan a criticar a la OTAN por evitar que Putin obtenga una victoria que le «salve la cara» en Donbass.
Como resultado, esta posición aparentemente antiimperialista conduce de facto a un apoyo pasivo a la invasión rusa. Permítanme agregar una nota personal: en las primeras semanas de la guerra, me complacía cualquier declaración contra la guerra. Pero hoy me cuesta tomarme en serio consignas como “no a la guerra”, “por la retirada de las tropas rusas”, etc. sin una explicación clara de cómo lograr estos objetivos.
Se argumenta que en lugar de apoyar a uno de los bandos, la izquierda debería adherirse al derrotismo revolucionario como lo hicieron los bolcheviques durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, hoy no tenemos una guerra mundial sino una guerra ruso-ucraniana. Y además, durante la Segunda Guerra Mundial, no fue un problema para la mayoría de los socialistas apoyar a la coalición anti-Hitler, a pesar de que estaba dirigida por el Estado más grande del mundo capitalista. En todo caso, el derrotismo revolucionario tiene sentido si es posible una revolución dirigida por la izquierda. Desafortunadamente, este no es el caso en Ucrania, Rusia u Occidente ahora. En estas circunstancias, es muy irresponsable desear la derrota de Ucrania en una guerra defensiva; de hecho, esto es nuevamente solo una forma de apoyo pasivo al imperialismo ruso.
¿Contra la guerra? ¿O contra Estados Unidos?
En algunos casos, la crítica a la invasión rusa no parece más que una reverencia retórica. Por ejemplo, los editores de Monthly Review parecen condenar la guerra. Sin embargo, su análisis implica que la culpa es de la expansión estadounidense después de la Guerra Fría, es decir, la expansión de la OTAN y la reorientación pro-occidental de Ucrania. El Euromaidán se considera un golpe orquestado por Estados Unidos. Esta perspectiva se basa en un supuesto implícito (en algunos textos similares incluso explícito) en el espíritu del realismo político de que la antigua URSS es una esfera de influencia rusa “natural”, e intervenir en ella significa provocar a Rusia, planteando nada menos que una amenaza existencial para ella.
Aquí, la negación de la subjetividad ucraniana se lleva al absoluto. Por ejemplo, los autores consideran que la posible membresía de Ucrania o su estrecha cooperación con la OTAN son una amenaza para la seguridad de Rusia. Al mismo tiempo, se ignora por completo la presencia militar rusa en Bielorrusia. Parece que las hipotéticas bases de misiles de la OTAN en Ucrania son un problema, mientras que los verdaderos ataques con misiles, ataques aéreos y una ofensiva terrestre de las fuerzas armadas rusas desde el territorio de Bielorrusia no lo son.
En las negociaciones ruso-estadounidenses a principios de 2022, EE.UU. estaba dispuesto a aceptar restricciones sobre la colocación de armas en Europa del Este. Todavía Rusia no estaba interesada en un compromiso similar a la solución de la crisis de los misiles en Cuba: el Kremlin simplemente hizo demandas maximalistas. Habiéndose rechazado este ultimátum de facto, Rusia decidió “continuar con la política por otros medios”.
Incluso antes, la política de Occidente hacia Rusia no había sido tan hostil como se describe. Por ejemplo, inmediatamente después del colapso de la URSS, los Estados occidentales hicieron muchos esfuerzos para asegurarse de que todo el arsenal nuclear soviético terminara en manos de Rusia. Fueron ellos quienes decidieron pasar por alto las brutales guerras de Rusia en Chechenia. Las violaciones masivas de los derechos humanos —ataques indiscriminados en zonas pobladas (en 2003, la ONU reconoció a Grozny como la ciudad más destruida del mundo), campos de filtración, ejecuciones de civiles, etc.— quedaron casi impunes para el Estado ruso.
Curiosamente, circulaba un mensaje más antes de la invasión: EE.UU. y el Reino Unido estaban empujando a Ucrania al borde de la guerra al mismo tiempo que acusaban a Rusia. Cuando este mensaje se demostró infundado, la izquierda campista/tankie cambió a otra explicación más: Rusia se vio obligada a enviar tropas para proteger a los residentes de Donbas y, de todos modos, Ucrania estaba a punto de atacar. Pero nuevamente, es Rusia la que ha estado realizando una gran acumulación en la frontera con Ucrania desde la primavera de 2021, no solo alrededor del Donbas. Al principio, parecía más un esfuerzo de diplomacia coercitiva, pero hacia el final del año se transformó en una verdadera preparación para la guerra. Para el actual gobierno ucraniano, por el contrario, el alto el fuego casi total en Donbas de 2020 fue uno de los mayores logros políticos.
Supongamos que estamos de acuerdo en que Ucrania debería haber mostrado un mayor cumplimiento en la implementación de los acuerdos de Minsk (si es cierto o no es un tema aparte sobre el que no me extenderé aquí). Incluso entonces, es ridículo imaginar que Zelensky se esforzó no solo por deshacer su propio logro de pacificación, sino también por provocar un inevitable conflicto armado abierto con Rusia al atacar Donbas. Por lo tanto, para Rusia, la situación en Donbas no es más que una excusa para encubrir la invasión de toda Ucrania.
Hablando de EE. UU., han estado siguiendo una política imperialista hacia Ucrania durante mucho tiempo: desde misiones y esfuerzos del FMI para controlar parcialmente los nombramientos gubernamentales hasta financiar a la sociedad civil ucraniana, que tiene un tono claramente prooccidental, nacionalista y neoliberal.
Al mismo tiempo, la imagen del Euromaidán como un golpe de Estado orquestado por Estados Unidos no resiste el escrutinio. Indiscutiblemente, los funcionarios estadounidenses jugaron un papel en las actividades de la oposición, pero intervinieron en un conflicto político interno ya existente, moldeado por la división de las élites y protestas masivas en varias ciudades. De hecho, esto no implica que la izquierda tenga que calificar de progresista al Maidan. Tampoco niega las actividades violentas en Euromaidán, en las que los grupos de extrema derecha jugaron un papel crucial.
En ningún momento de la historia de la Ucrania independiente, Estados Unidos consideró la posibilidad de una invasión militar. Esto los distingue fundamentalmente de la política de Rusia hacia el espacio postsoviético, que se basa en la lealtad de las élites gobernantes (en su mayoría hombres fuertes como Lukashenka y Nazarbayev) o en la fuerza bruta, como en Ucrania en 2014 y especialmente en 2022.
Putin no solo se atrevió a iniciar una invasión a gran escala, sino que también anunció en junio que tenía la intención de devolver «tierras históricamente rusas» a Rusia como creía que había hecho el emperador Pedro I. Quizás[2], insinuó la anexión no solo de Donbas sino también de los territorios ocupados en el sur de Ucrania, y lanzó este “plan B” después del fracaso del intento de cambio de régimen. De esto concluyo nuevamente que la causa fundamental de la guerra actual está en Moscú, no en Washington. Se dan las características distintivas de un conflicto interimperialista, pero se trata ante todo de una guerra de Rusia contra Ucrania.
Argumentos a favor de apoyar a Ucrania
Explicaré con más detalle por qué creo que es vital apoyar a Ucrania en esta guerra y buscar la derrota lo antes posible o al menos el debilitamiento del régimen antiucraniano y, me atrevo a decir, antirruso de Putin.
La guerra ruso-ucraniana es la guerra más grande de Europa y una de las guerras más grandes del mundo después de 1945, y para Rusia es una guerra de agresión. Esto es más evidente en la región de Jersón y otras partes del sur de Ucrania, donde no se observaron actitudes significativas prorrusas, y mucho menos el deseo de unirse a Rusia. Si tal intento de expansión territorial tiene éxito, sentará un terrible precedente para la comunidad mundial.
Los mismos métodos empleados por Putin merecen atención. No es solo la agresión contra Ucrania basada en la doctrina militar lo que hace que los crímenes de guerra masivos sean prácticamente inevitables. También es intimidar al mundo con hambre, de lo que ya se han regocijado los propagandistas del Kremlin.
En caso de que Putin logre convertir a Ucrania en un Estado satélite de Rusia, es poco probable que se detenga ahí. Por el contrario, esto solo permitirá más actos de agresión, incluso desde el territorio de Ucrania. Los apetitos de Rusia pueden expandirse a otros Estados satélites postsoviéticos y exsoviéticos. Es un desafío imaginar tal conflicto hoy. Sin embargo, más fuerzas aislacionistas pueden llegar al poder en los Estados miembros clave de la OTAN en el futuro y no se preocuparán por proteger a sus aliados de Europa del Este. Mientras tanto, Rusia podría restaurar su potencial militar, apoyándose en los recursos y la industria de Ucrania. En el peor de los casos, Rusia podría incluso utilizar a los ucranianos como carne de cañón, de forma similar a como movilizó a una proporción considerable de la población masculina de DNR/LNR.[3]
En cuanto a Ucrania, la mayoría de la población está fuertemente en contra de la invasión rusa. Incluso si Rusia lograra capturar Kyiv y establecer un Gobierno títere, sería claramente ilegítimo. Incluso antes de la invasión, la opinión pública en Ucrania estaba a favor de la integración en la UE. ¿Los ucranianos piensan irracionalmente y deberían cambiar de idea? En mi opinión, en general no.
La fragmentación del país romperá la integridad de la comunidad ucraniana unida por lazos humanos, culturales y económicos. Además, si Rusia atrae a Ucrania a su esfera de influencia, se impondrá al país un régimen político autoritario, similar a los actuales regímenes de Putin y Lukashenka. Su ideología está en oposición a las democracias burguesas de Occidente y la hegemonía de los Estados Unidos, pero tal alternativa es claramente conservadora.
La Rusia de Putin está imbuida de “valores tradicionales”, principalmente la homofobia y la negación del feminismo, que se convierten casi en los marcadores de la identidad nacional/civilizacional, junto con el revanchismo imperial y el nacionalismo étnico ruso. Con la invasión de Ucrania, el régimen se volvió aún más represivo, no solo hacia cualquier discurso contra la guerra sino incluso hacia la autoorganización lealista.
Las crecientes tensiones con Occidente dieron como resultado que Rusia abandonara la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En consecuencia, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que se consideraba que tenía un efecto positivo sobre la justicia en Rusia, perdió su vigencia en el país. Un ejemplo menos significativo pero sorprendente de la lucha de Rusia con Occidente es su amenaza de bloquear Wikipedia por violar la legislación rusa (esto de hecho significa el incumplimiento de la interpretación oficial de la guerra ruso-ucraniana). Rusia está tratando de reemplazarlo con otro proyecto llamado Runiversalis, basado en “valores tradicionales”, en particular negando la homosexualidad como norma (impuesta por Occidente, particularmente a través de Wikipedia). Un representante del comité parlamentario sobre política de información elogió el proyecto por eliminar el «sesgo liberal de izquierda y centrado en Occidente» de los artículos.
Creo que el modelo de régimen ruso-bielorruso aplicado a Ucrania sería extremadamente desfavorable para la izquierda ucraniana. Además, bajo las circunstancias de Ucrania, dicho régimen tendría que ser aún más represivo, ya que se enfrentaría a una enorme resistencia. Este escenario sería mucho peor que una transición gradual hacia una democracia liberal con la perspectiva de la adhesión a la UE, incluso si acordamos que la propia UE necesita ser reformada o incluso disuelta.
Subrayaría que no hay expectativas demasiado optimistas para la integración europea en términos económicos. Al contrario, Ucrania seguirá siendo una parte profundamente periférica de Europa; por ejemplo, puede convertirse en un importante proveedor de hidrógeno para Europa Occidental. Y si hablamos de transicionar hacia una democracia liberal, admito que la Ucrania actual no se ajusta ni siquiera a esos estándares.
Hay violaciones de derechos civiles en Ucrania como, por ejemplo, el cierre extrajudicial de medios de comunicación o la censura ideológica en asuntos relacionados con la URSS (las llamadas leyes de descomunización). También es imposible negar el tema de la violencia de extrema derecha. Desde el comienzo de la invasión rusa a gran escala, se han producido en Ucrania aún más problemas con las libertades políticas y los derechos laborales. Además, la Ucrania postsoviética es un Estado que se mueve por un camino neoliberal y no puede presumir de una economía social eficiente. Pero el primer paso en estos temas debe ser la eliminación de la invasión extranjera.
Vemos que las unidades armadas con trasfondo de extrema derecha se han convertido en héroes nacionales, e incluso los símbolos de esas unidades se han vuelto menos marginales. Esto demuestra no tanto la reconfiguración ideológica de la sociedad ucraniana sino su consolidación frente al agresor. Bien puede disminuir si la guerra se prolonga; al menos Putin espera el escenario de agotamiento y capitulación de Ucrania. Pero incluso si esto sucediera, todavía habrá un terreno fértil para los sentimientos revanchistas. Por el contrario, si la paz llega a Ucrania en términos aceptables, el Gobierno ya no podrá encubrir iniciativas antisociales y antidemocráticas con consignas patrióticas, y el sentimiento nacionalista decaerá gradualmente. Por eso, hoy, la expresión más deseable de solidaridad con los ucranianos es ayudarlos a derrotar a los invasores lo más rápido posible.
Armar a Ucrania no contradice el deseo de un acuerdo diplomático. Como ucraniano, claramente no deseo una guerra prolongada. La dificultad, sin embargo, radica en las condiciones en las que se puede alcanzar la paz. Rusia exige oficialmente importantes concesiones territoriales de Ucrania, incluidos algunos de los territorios que ocupó en 2022 e incluso algunos de los que quedan bajo el control de Ucrania. No veo otra forma de arreglar esto que no sea una contraofensiva ucraniana exitosa.
Otro problema es la falta general de confianza entre las partes. Incluso si se llega a algún tipo de acuerdo, no podemos estar seguros de que Putin no volverá a atacar a Ucrania. Por lo tanto, Ucrania necesita garantías de seguridad internacional efectivas. Pero esto sería más probable que sucediera si Rusia se vuelve más democrática y menos agresiva. Supongo que la significativa derrota de Putin en Ucrania ayudará a la lucha por tales cambios en Rusia. También contribuiría a la democratización de Bielorrusia ya que el régimen de Lukashenka depende en gran medida de su lealtad a Putin.
En consecuencia, no podemos justificar la negativa a suministrar armas con llamados a la paz. No importa de dónde venga la ayuda. Para ser claros, en las condiciones actuales, estamos hablando predominantemente de Estados de la OTAN. Pero es irracional renunciar a esta asistencia solo en nombre de oponerse a la OTAN. La lucha contra ella es razonable cuando la OTAN es un agresor, y ha habido muchos casos de este tipo en las últimas décadas. Así es cómo mi posición se diferencia tanto del pacifismo ingenuo como del campismo. No creo que ninguno de los campos geopolíticos merezca un apoyo incondicional. Sin embargo, eso no significa que debamos seguir acríticamente el principio “contra todos”, “el principal enemigo en tu país” o “el principal enemigo está en Washington”.
Apoyar a Ucrania no debe desviar la atención de posibles problemas. Por ejemplo, si Ucrania recupera parte del territorio perdido antes de 2022, existirá un grave riesgo de una ola de represión con el pretexto de castigar a los colaboradores. La legislación ucraniana actual interpreta el concepto de “colaboracionismo” de manera bastante amplia. Por ejemplo, incluye el artículo sobre “implementación de estándares educativos” del Estado agresor, que potencialmente podría relacionarse con cualquier trabajador educativo. Además, ha habido ejemplos inquietantes de veredictos severos para cautivos movilizados por la fuerza en DNR/LNR.
In my opinion, the best-case scenario would be a diplomatic settlement of the status of Donbas (as well as Crimea). What should we do if there is a real possibility of recapturing the territories controlled by the DPR / LPR, but Russia still does not agree for meaningful negotiations? In this case, it will be appropriate that the military and financial aid to Ukraine and the prospect of its membership in the EU depend on the observance of human rights. Undoubtedly, the Ukrainian left will also have to struggle for these rights. Apart from this, policies in some spheres, including language, should consider the peculiarities of those regions.
En mi opinión, el mejor de los escenarios sería un acuerdo diplomático del estatus del Donbás (así como de Crimea). ¿Qué debemos hacer si existe una posibilidad real de recuperar los territorios controlados por DNR/LNR, pero Rusia aún no acepta negociaciones significativas? En este caso, será apropiado que la ayuda militar y financiera a Ucrania y la perspectiva de su ingreso en la UE dependan de la observancia de los derechos humanos. Sin duda, la izquierda ucraniana también tendrá que luchar por estos derechos. Aparte de esto, las políticas en algunos ámbitos, incluido el idioma, deben considerar las peculiaridades de esas regiones.
El estatus de la izquierda en un contexto de fragmentación global
Como ucraniano, me preocupa el impacto directo de esta guerra en mi país. Sin embargo, me gustaría hacer algunas notas relevantes a nivel mundial.
La invasión rusa y la respuesta occidental llevaron a una fragmentación mucho más profunda del mundo en campos geopolíticos. Esto no es deseable dado que la humanidad enfrenta desafíos críticos que pueden resolverse solo a nivel global. En cambio, por un lado, existen instituciones globales que carecen de responsabilidad democrática, sin poder ni influencia; y por otro lado, hay una confrontación violenta entre Estados o bloques geopolíticos.
En el siglo XX, la competencia entre los campos occidental y soviético de alguna manera estimuló transformaciones progresistas en varias partes del mundo, pero esos cambios tenían sus raíces en el productivismo. Hoy, por el contrario, deberíamos apuntar al abandono de los combustibles fósiles, al decrecimiento del consumo de manera socialmente justa y a la desmilitarización. Todo esto es muy poco probable que suceda en el caso de la “nueva guerra fría”. No tengo una buena solución para este problema político, pero me gustaría advertir contra la idea de llevarse bien con Rusia a costa de Ucrania u otros países. Así como hablamos de justicia climática en el contexto de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, debemos asegurarnos de que ningún acuerdo entre “grandes potencias” coaccione a naciones enteras, incluso por el bien del futuro de la humanidad.
La desafortunada experiencia ucraniana también demuestra la vulnerabilidad de los Estados neutrales. Los críticos de la OTAN tienden a referirse a una promesa verbal de no expansión supuestamente dada a Gorbachov. Aún así, estas personas no suelen mencionar ni el memorándum de Budapest, firmado a cambio de la renuncia de Ucrania a su arsenal nuclear, ni el tratado bilateral de amistad, cooperación y asociación entre Ucrania y Rusia.
La razón por la que Rusia incumplió tan descaradamente sus obligaciones radica en gran medida en su confianza en que Ucrania sería incapaz de resistir con éxito, y la comunidad mundial se mantendría alejada en general. De manera similar, para los Estados bálticos y antiguos satélites de la URSS, su membresía en la OTAN es la mejor garantía de seguridad disponible contra una posible agresión rusa. Así fue percibida la expansión de la OTAN en esos países. Sin embargo, mientras todos se enfocan en la crítica del expansionismo estadounidense, su subjetividad es nuevamente ignorada, al igual que con Ucrania.
En resumen, cualquier llamado a abolir la OTAN y bloques similares debe ir junto con las sugerencias sobre cómo salvar a los pequeños Estados, para los cuales estos bloques son alianzas defensivas primarias. Tal enfoque sería mucho más responsable que criticar interminablemente a la OTAN por su expansión hacia el este y recientemente también hacia el norte, sin prestar atención al revanchismo ruso.
Creo que necesitamos un programa de desarme global, análogo a los acuerdos sobre reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y, por otro lado, a los tratados de reducción de armas estratégicas soviético-estadounidenses (pero esta vez multilaterales y de mayor alcance). Debería considerar tanto la desigualdad actual de los excesos militares como también diseñarse de manera que hiciera imposibles los desequilibrios peligrosos en cualquier etapa de su implementación. Incluso si no hay muchas esperanzas de que dicho programa se implemente bajo el capitalismo, puede contribuir a la movilización política global en torno a valores universalistas.
Finalmente, me gustaría destacar el hecho evidente que surgió el 24 de febrero: una severa crisis de pericia. Aunque la invasión rusa no fue de ninguna manera un cisne negro, muchos científicos sociales y analistas no lograron predecirlo, incluso cuando Rusia ya había reconocido la DNR/LNR unos días antes de la invasión. A veces, esto puede reflejar un sesgo político, pero creo que un problema aún mayor radica en el malentendido fundamental del imperialismo ruso. La retórica constantemente antiucraniana de Putin desde al menos 2008 permaneció en gran parte fuera de la vista, y su voluntad de sacrificar el Nord Stream 2 y/o muchos soldados rusos fue subestimada en gran medida.
En promedio, los analistas de izquierda no lograron más que otros comprender la crisis actual. Incluso cuando la inteligencia estadounidense y británica publicaron datos sobre la intención de Putin de invadir Ucrania e instalar un gobierno títere, mientras que la mayoría de los propagandistas rusos decían más o menos lo mismo, muchos socialistas solo acusaron a los gobiernos occidentales de “belicismo”. Espero que este asombroso fracaso estimule la mejora del enfoque marxista u otros enfoques de análisis geopolítico. Todos cometemos errores. Sin embargo, cualquier experto que quiera ser tomado en serio debe darse cuenta de la responsabilidad intelectual de su análisis, porque para algunas personas no solo su actividad política sino también su supervivencia física puede depender de decisiones influenciadas por ese análisis.
Por ejemplo, la invasión rusa tomó por sorpresa a muchos ucranianos. Incluso dentro de los primeros días después de su comienzo, algunas personas no se dieron cuenta de cuán violentas eran las hostilidades que se avecinaban. Quizás les ayudaría mucho si tuvieran acceso a un buen análisis político que indique la alta probabilidad de guerra meses o al menos semanas antes. Si los autores de tal análisis tuvieran puntos de vista socialistas, podría ayudar a promover ideas de izquierda. Por último, pero no menos importante, mejorar nuestra comprensión de los procesos políticos globales ayudaría a la izquierda a elaborar mejor su propia estrategia.
Notas al pie
- ^ En Jersón, por ejemplo, la intención de celebrar un «referéndum» se reveló semioficialmente en junio, y solo el 20 de septiembre (después de publicarse este artículo en ucraniano) se anunciaron los «referéndums» en las regiones ocupadas. Tendrá lugar del 23 al 27 de septiembre. Además de ser obviamente un montaje y carecer de legitimidad, estos eventos se llevan a cabo incluso sin el control total de las regiones en disputa. Por ejemplo, incluso antes de la invasión, menos de la mitad de la población del oblast de Zaporizhzhia vivía en la parte de este oblast actualmente controlada por Rusia.
- ^ Esta sugerencia finalmente se confirmó a mediados de septiembre, después de que este artículo se publicara en ucraniano.
- ^ En septiembre de 2022, el Kremlin comenzó a emplear métodos de movilización similares dentro de la propia Rusia.