El espíritu de 2011 está presente en las actuales manifestaciones sirias

El 15 de agosto, el Ministerio de Comercio del gobierno dictatorial de Bashar al-Assad anunció el levantamiento total de las subvenciones a la gasolina y un levantamiento parcial de las subvenciones al combustible diésel. La decisión fue adoptada paralelamente a una devaluación masiva de la libra siria: oficialmente, el dólar se situaba a 8.542 libras. Pero en realidad, en el llamado mercado paralelo, la cotización era de 14.300. Esta caída provocó un aumento de los precios -desde los bienes de consumo hasta los medicamentos, pasando por el transporte y los servicios básicos-, ya que los comerciantes fijan el precio de sus productos en función del valor de la libra en el mercado paralelo. A esto se suman los permanentes cortes de electricidad, con sus repercusiones en la vida cotidiana.

El gobierno intenta desviar la atención señalando el papel de las sanciones internacionales. De hecho, como señala Joseph Daher: En primer lugar, está el déficit comercial de varios miles de millones de dólares al año: esto ejerce una enorme presión sobre la libra. Luego está la incapacidad de atraer inversiones extranjeras, que no se debe simplemente a las sanciones, sino al entorno de guerra sirio, marcado por un régimen depredador en términos de recursos financieros y que no constituye una garantía de confianza para los inversores extranjeros. (RFI, 26 de julio de 2023) Así pues, la apuesta de la dictadura, tras su reincorporación como miembro de la Liga Árabe en mayo de 2023, no se concreta con la llegada de inversiones, incluidas las procedentes de los Estados del Golfo.

Según la ONU, el 90% de la población siria vive actualmente por debajo del umbral de pobreza. En junio de 2023, el Comité Internacional de la Cruz Roja advirtió de que más de 15 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria, una tendencia que se mantiene desde hace varios años. Esta inseguridad alimentaria sistémica no puede separarse de las modalidades de la guerra desatada por el gobierno contra los rebeldes.[1] Una dimensión adicional de la crisis humanitaria es el desplazamiento forzoso de 6,7 millones de sirios dentro del país y de 5,6 millones que, a menudo, deben hacer frente a una situación de supervivencia como refugiados en los países vecinos.

Fue en este contexto socioeconómico de deterioro extremo de las condiciones de vida que, a partir de mediados de agosto de 2023, comenzaron las manifestaciones contra el régimen de Assad en las regiones de Sweida y Deraa, y luego en ciudades como Alepo, Deir Ezzor y Jablé. En Zakia, una ciudad cercana a Damasco, las consignas contra Bashar al-Assad cubrían las paredes. Según varios observadores, estas manifestaciones expresan múltiples reivindicaciones, relacionadas tanto con los fuertes rasgos que han marcado a Siria desde 2011 como con la historia más local y regional. Por ejemplo, Shadi al-Dubaisi, de 25 años, manifestante en Sweida -donde predomina la población drusa- declaró a Middle East Eye (30-8- 2023): Se trata de exigirle cuentas a Bashar al-Assad y a todos los que han cometido crímenes y de exigir la liberación de los presos y de las personas desaparecidas. Según la misma fuente, un video compartido en Internet muestra a los manifestantes prendiéndole fuego a un cartel que representa a Assad. En Deraa, la ciudad que fue el punto de partida del movimiento de 2011, Abu Ali, de unos sesenta años, declara que quiere vivir con dignidad y libertad y bajo un sistema democrático: Nuestra primera exigencia es pedir la liberación de los presos y averiguar el paradero de los desaparecidos por la fuerza. Después, queremos que mejoren los servicios públicos, como el suministro de agua y electricidad, y que los precios del combustible sean conformes a los ingresos de un sirio medio. (MEE)

Este nuevo impulso abierto contra la dictadura de Bashar al-Assad plantea necesariamente interrogantes en el seno de la oposición progresista al régimen. El artículo que publicamos a continuación, traducido del árabe (al francés), refleja el pensamiento de militantes que comprenden la profundidad de la crisis socioeconómica y política y tratan de aprehender los elementos de continuidad y discontinuidad de la lucha popular por la difícil conquista de derechos sociales y democráticos, una voluntad de conquista que se desarrolla a la sombra de una revolución asediada y contraatacada.

[1] Esta estrategia represiva del régimen ha sido objeto de análisis, refiriéndose a la región de Damasco, en el estudio histórico de Leila Sibai y Mariana Karkoutly: Kneel or Starve. On the use of siege and starvation as a method of warfare in South Damascus.

(Redacción de A l’encontre)

La nueva ola de protestas en Siria ha reavivado las esperanzas de un cambio político en el país. También ha abierto la puerta a amplios debates sobre la revolución de 2011 y sus símbolos, sus consignas y sus métodos, así como sobre la trayectoria que llevó al país a su actual estancamiento y devastación. Pero antes, ¿cuáles son los escenarios teóricos posibles para lograr el cambio deseado en Siria?

El primer escenario es el de manifestaciones pacíficas y huelgas en las principales ciudades de Siria, incluida necesariamente la capital, Damasco, que desestabilizarían completamente el país y obligarían al régimen a hacer concesiones y a cambiar por sí mismo. Esta opción fracasó en 2011 y no hay indicios de que se produzca ni de que tenga éxito en un futuro cercano.

El segundo escenario sería que el régimen aceptara el proceso de transición para terminar con el terrible deterioro de la situación en el país. Contamos para ello con un proceso definido en las resoluciones de la ONU, con compromisos internacionales para levantar las sanciones e iniciar la reconstrucción una vez finalizado el conflicto. Pero no hay nada desde dentro del régimen que indique que se pueda seguir este camino de transición. Al contrario, Bashar al-Assad y sus acólitos parecen preferir las guerras interminables.

El tercer escenario es que la situación regional e internacional cambie, conduciendo a la eliminación de Bashar al-Assad a manos de las potencias occidentales o de uno de sus aliados, en el marco de nuevos planes en la región o en el mundo. Este escenario sigue siendo posible, salvo que actualmente no hay información fiable sobre la madurez de esas circunstancias, y los sirios no tienen ningún control sobre ellas, por lo que tendrían que afrontar las consecuencias sin tomar parte en la decisión de cómo y cuándo ocurriría.

Algunos manejan la idea de un cuarto escenario posible, a saber, la llegada de opositores armados al corazón de Damasco y el derrocamiento del régimen por la fuerza, pero esto ya no es una hipótesis hoy en día, ni siquiera desde un punto de vista teórico. Para que esta opción vuelva a formar parte de las posibilidades se requiere un milagro, es decir la retirada de las fuerzas extranjeras [Irán, Rusia], dejando que los beligerantes sirios se enfrenten sin apoyo exterior directo a ninguna de las partes.

Así que, teóricamente, tenemos tres escenarios, ya que el movimiento de protesta en Siria se renueva hoy y alcanza un punto culminante con las valientes manifestaciones de Sweida, que recuerdan los días de la revolución pacífica y sus plazas en 2011.

No hay ningún indicio de que alguno de estos escenarios sea inminente, pero las protestas actuales podrían abrir la puerta a la realización de uno de ellos, o podrían favorecer la apertura de la situación a otras posibilidades que al día de hoy desconocemos.

Hay un elemento que podría intervenir en la ecuación y cambiar el curso de los acontecimientos; se trataría de un cambio de opinión generalizado entre los partidarios del régimen, en particular los pertenecientes a la comunidad alauita, que llevaría a la mayoría de ellos a abandonar su apoyo al régimen y a algunos de ellos a comprometerse en la lucha contra él, lo que abriría el camino para el inicio de un proceso de cambio a través de una fisura en el núcleo duro del régimen o a su aislamiento total de la sociedad.

Esto requerirá un proceso largo y paciente, pero sin él, un cambio político en Siria no sería posible, salvo con una intervención internacional que probablemente no se produzca nunca.

Este cambio requiere una serie de condiciones objetivas. Un llamamiento repentino a la gente para que se enfrente a la muerte en las calles no forma parte de ellas, ni tampoco la esperanza de una caída rápida del régimen en un abrir y cerrar de ojos.

Algunas de estas condiciones provienen del propio régimen: su brutalidad, la corrupción y su incapacidad para garantizar un nivel mínimo de dignidad y de pan para la población. Otras requieren una acción nacional organizada y condiciones internacionales y regionales favorables, pero también los esfuerzos de los opositores al régimen actual y de las masas de la revolución de 2011 tanto dentro como fuera de Siria.

El primero de estos esfuerzos consiste en abandonar la retórica de ¿Dónde estaban ustedes cuando nosotros estábamos aquí? y en renunciar a avergonzar a los manifestantes por su [actual] revolución del hambre en comparación con la supuestamente más respetable revolución de la dignidad. Pero también se trata de aceptar que la rendición de cuentas de los criminales de todas las partes vendrá después de la transición política y en el contexto de un programa transicional de justicia; y de aceptar igualmente que el relato de los revolucionarios sobre su revolución nunca podrá alcanzar un consenso nacional, y también que sus banderas y consignas no pueden representar a todos, ni siquiera a todos los sirios que desean liberarse del régimen.

Y, sobre todo, debemos abandonar por completo la retórica del yihadismo islámico y la apuesta por sus facciones, sus batallas y sus armas.

Hay partidarios del régimen que están cambiando su posición, y hay nuevas generaciones de jóvenes que eran niños en 2011, así como amplios sectores que habían sido neutrales que hoy podrían estar interesados en implicarse en una lucha por el cambio, pero la mayoría de ellos no participarán en una lucha contra el régimen bajo la bandera verde siria. En este caso, los revolucionarios de 2011 deben considerarse a sí mismos como parte del movimiento por el cambio en Siria, y no como sus representantes o sus padres espirituales.

Esto no significa que abandonemos nuestra historia, nuestros símbolos y nuestra herencia revolucionaria. Significa más bien que seamos humildes y que reconozcamos las derrotas, los errores de apreciación, el paso del tiempo y las transformaciones de la realidad. Significa recordar que el objetivo no es la victoria de nuestra propia versión, sino deshacernos del clan Assad y con él de una larga y sangrienta página de nuestra historia. Después, la marcha por una vida decente y por una justicia que enjuicie a los criminales de guerra y construya un país habitable.

El espíritu de 2011 y sus consignas están claramente presentes en la actual oleada de protestas, pero lo que nunca debería estar presente es el fracaso de sus métodos, de su retórica y de sus apuestas y, por supuesto, la división permanente de los sirios según sus posiciones sobre estos aspectos. Hoy, debemos tomar medidas para lograr un cambio en nuestro país. Ya tendremos entonces tiempo suficiente para defender nuestra historia y sus símbolos y para contar nuestra historia en Siria, incluso a los sirios que no la conocen, pero también a otros sirios que sí la conocen, pero la niegan, sin conseguir que nos callemos pese a sus armas y a sus servicios de seguridad.

Sadiq Abdoul Rahman

(Artículo publicado el 29-8-2023 en Al Jumhurieh – La República –, sitio web de estudios y debates creado en marzo de 2012 en Estambul por un grupo de intelectuales sirios en el exilio)

07/09/2023A l’encontre, 5-9-2023

Traducción de Correspondencia de Prensa 7-9-2023