Por primera vez en un año y medio que llevo viviendo en Ereván, esta semana alguien en la capital de Armenia se ha negado a hablarme en ruso. Me encontraba junto a la Embajada rusa observando la manifestación que trataba de bloquear el acceso. Era el 19 se septiembre, el día en que las fuerzas azeríes bombardearon Stepanakert, la capital de Nagorno-Karabaj, el enclave armenio que la comunidad internacional considera territorio de Azerbaiyán. Se suponía que las tropas rusas de mantenimiento de la paz debían garantizar la seguridad de Stepanakert, según un acuerdo suscrito con mediación de Rusia tras la ofensiva azerí de 2020 contra la región.
La campaña victoriosa de Azerbaiyán para hacerse con el control de Nagorno-Karabaj –un dramático colofón del bloqueo durante diez meses del enclave– implica que Stepanakert alberga ahora a decenas de miles de personas refugiadas. Y Rusia no ha movido ni un dedo para evitarlo, de modo que cuando mi interlocutor se negó a hablarme en ruso, lo comprendí.
Nadie sabe qué pasará en los días que vienen con esta gente refugiada. Azerbaiyán ha prometido abrir un pasillo humanitario de Nagorno-Karabaj a Armenia, pero todavía tiene que materializarse. Y mientras esperan, cunde el pánico en Stepanakert. Se rumorea que ya están produciéndose ejecuciones. El temor a una limpieza étnica es real. Ereván también está inquieta estos días. La situación es crítica, pues la guerra podría extenderse al territorio oficial de Armenia en cualquier momento. Sotk, una aldea junto a la frontera con Azerbaiyán, así como otras aldeas armenias, ya han sido atacadas en los últimos días.
El primer día de la reanudación de las hostilidades por parte de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj, en Ereván comenzó a acudir gente a la Casa del Gobierno, la residencia oficial del primer ministro armenio, Nikol Pashinyan. Al principio, los manifestantes reclamaban que las autoridades armenias enviaran tropas para salvar el enclave. Cuando la gente fue consciente de que esto no iba a ocurrir, la multitud comenzó a gritar “¡Nikol, traidor!” Este mismo verano, Pashinyan reconoció oficialmente la integridad territorial de Azerbaiyán, lo que equivalía, en efecto, a admitir que Nagorno-Karabaj, con su población exclusivamente de etnia armenia, es territorio azerí. Y esta semana ha remachado: “No hay ningún ejército [oficial] armenio en Karabaj y no lo habrá”.
La lógica de Pashinyan es comprensible. Este antiguo periodista de la oposición se encuentra en un callejón sin salida, pues es imposible no apoyar a Nagorno-Karabaj. Es insoportable ver morir a la gente de Nagorno-Karabaj, que en buena parte tiene la ciudadanía armenia. Uno puede perder fácilmente el poder por esto, el pueblo no lo perdonará. Pero también es imposible apoyar a Nagorno-Karabaj. Las fuerzas armadas armenias son ahora más débiles que nunca y son incapaces de hacer frente al ejército azerí, dotado de armamento moderno suministrado por Turquía e Israel. Armenia no tiene socios estratégicos.
Las relaciones con Rusia, la principal aliada de Armenia en los últimos años, se han deteriorado. En efecto, se sospecha que Rusia estaba al corriente de la ofensiva azerí, pero no alertó a Ereván. El gobierno ruso también es responsable de la escasez de suministros militares a Armenia. Los contratos multimillonarios de este país con la Federación Rusa para la compra de material militar, suscritos en 2021, no se han cumplido. Según Armen Grigoryan, secretario del Consejo de Seguridad armenio, tampoco se ha devuelto el dinero.
Por decirlo con franqueza, Armenia no tiene recursos para combatir contra Azerbaiyán, que cuenta con el respaldo de Turquía. Una base militar turca en el Monte Ararat –el símbolo nacional de Armenia, que actualmente se halla en Turquía– contempla directamente desde lo alto la ciudad de Ereván. Las carreteras del este y del sur de Armenia discurren cerca de asentamientos militares azeríes. Además, Nagorno-Karabaj no está reconocido como Estado por la comunidad internacional. No hay razones diplomáticas para defenderlo, lo que anula de inmediato toda posibilidad de que Occidente preste su apoyo, como trata de conseguir Pashinyan.
Además hay otros riesgos. La propaganda rusa proclama que la pérdida de Nagorno-Karabaj es un castigo a Armenia por no escuchar al Kremlin. Desde la contundente derrota en la guerra de 2020 con Azerbaiyán, Armenia ha reducido su participación en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el tratado de seguridad militar capitaneado por Moscú. El 5 de septiembre, Armenia retiró a su representante en la OTSC y no se ha alineado con Rusia en la guerra contra Ucrania. El hecho de que Ereván se proponga ratificar el Estatuto de Roma, por el que se creó la Corte Penal Internacional –que ha ordenado la detención de Vladímir Putin– es otro punto en contra de Ereván. Parece que el Kremlin está castigando a Armenia, aunque sea por mediación de otro país.
En Nagorno-Karabaj, las tropas de mantenimiento de la paz rusas se han mantenido ostentosamente inactivas. Esta inacción no está más que a un paso de convertirse en acciones hostiles. Las tropas rusas no solo están en Karabaj, sino también en Armenia, concretamente en Goris y Syunik, en el sur, por no mencionar la 102ª base militar rusa en la ciudad septentrional de Gyumri. Los aviones militares rusos, que en los últimos años han sobrevolado periódicamente la capital armenia, despegan ahora del aeródromo de Erebuni, al sudeste de Ereván. Si Rusia utiliza todas estas fuerzas contra Armenia, en el país se instalará un caos sangriento.
Aparte de sus tropas, Rusia cuenta con otras palancas potenciales para presionar a Armenia. Todo el mundo en el Cáucaso recuerda cómo, durante la agresión rusa en Abjasia y Osetia en 2008, miles de georgianos y georgianas fueron deportadas a su país desde Rusia en aviones de carga. Ahora podría ocurrir lo mismo con los dos millones de personas armenias que viven en la Federación Rusa. Incluso la presencia de 300.000 personas deportadas –sin empleo ni vivienda– en la pequeña y económicamente débil Armenia podría provocar disturbios sociales, especialmente si el Kremlin culpara al gobierno democrático de Pashinyan de su deportación.
También existen palancas económicas. Rusia podría cortar los suministros de gas a Armenia en cualquier momento. Una parte significativa del sector energético armenio pertenece a oligarcas armenios asociados con el Kremlin, lo que implica que también se podría cortar el suministro de electricidad. Todos estos problemas, por supuesto, pueden resolverse; Armenia podría optar por el gas iraní y podría nacionalizar centrales eléctricas, pero esto le llevaría varios meses, durante los cuales podría ocurrir cualquier cosa.
¿Está Armenia abocada a un golpe de Estado?
Además de la amenaza rusa del exterior, también hay fuerzas prorrusas en la propia Armenia. “El mayor error que han cometido las autoridades actuales desde la revolución armenia de 2018 es no haber depurado responsabilidades”, declara la escritora Narine Abgaryan a OpenDemocracy. Según ella, la vieja guardia armenia, derrocada en 2018, ha tratado desde entonces de “enfrentar a una parte de la población con otra” de forma deliberada, a base de mensajes publicados en los medios y de manifestaciones. Los acontecimientos de esta semana en la Plaza de la República de Ereván –intentos de las y los manifestantes de asaltar la Casa del Gobierno, choques con la policía y cortes de calles– son, según Abgaryan, “un ejemplo de esto”. En realidad, parece como si estos hechos respondieran a un intento de golpe de Estado.
Como afirma el politólogo Armen Manasyan
La situación se halla en un punto de inflexión. En Ereván, las concentraciones masivas, incluso las más radicales, suelen concluir con cantos, bailes y barbacoas. Ahora veo que todo puede acabar en un choque violento. (...) La gente reclama la dimisión [de Pashinyan]. Se venía pidiendo desde hace muchos meses, pero la agresión azerí ha exacerbado todo. (...) Estos días no solo se ha manifestado la gente movilizada por la oposición prorrusa, sino también gente común de Ereván que está indignada y alarmada.
Para Manasyan, puede que Pashinyan encabezara la revolución de 2018, pero en los cinco años transcurridos desde entonces ha sido “incapaz de crear una base de apoyo sólida”. Manasyan se remite a la derrota del aliado de Pashinyan, Tigran Avinyan, en las elecciones municipales de Ereván el pasado domingo. La participación fue extraordinariamente baja, con un 28 % del electorado potencial. “Hay pocas opciones: o volver a la zona de influencia de Rusia, o mantener a Pashinyan con perspectivas poco claras y casi sin recursos”, dice Manasyan.
Mucha gente piensa que el gobierno de Pashinyan ha entregado Nagorno-Karabaj al negarse a enviar tropas armenias al enclave. El reproche es justo, pero las conclusiones que se derivan de los actos de Pashinyan son harina de otro costal. En general, hay una ristra de preguntas que tiene que contestar y no echar toda la culpa a la oposición prorrusa. La mayoría de promesas que hizo cuando asumió el poder no se han cumplido. Pero ahora no existe ninguna otra fuerza democrática armenia aparte de la suya.
Las posiciones de quienes dirigen la lucha contra Pashinyan también dan que pensar. Margarita Simonyan, la jefa de Russia Today, y el propagandista de televisión Vladímir Solovyov han compartido en sus canales de Telegram el llamamiento de un bloguero de Ereván a que la gente salga a la Plaza de la República de la capital. Venía acompañado de la siguiente frase: “Quien no venga a la plaza hoy será cómplice del genocidio armenio”. El bloguero que creó el vídeo original, Mika Badalyan, había sido acusado anteriormente de trabajar para la Embajada rusa. En julio, Badalyan y un periodista que trabaja para la revista de propaganda del Estado ruso, Sputnik, fueron detenidos en el sur de Armenia y acusados de tráfico ilegal de armas. Funcionarios rusos, y el propio Badalyan, afirmaron que había sido detenido por su posición activamente prorrusa.
El llamamiento de Badalyan a manifestarse, ampliamente difundido entre la masa de seguidoras y seguidores en Solovyov y Simonyan en las redes sociales, dice mucho de quiénes están tratando precisamente de predisponer a la sociedad armenia en contra de Pashinyan. El Kremlin ni siquiera trata de ocultarlo.
Hay muy pocas personas en Armenia que aprueban lo que hace el primer ministro, pero como explica Tigran Khzmalyan, líder del Partido Europeo de Armenia, “aunque no aprecia a Pashinyan, la gente admite que todas las demás opciones son incluso peores”. Estas otras opciones son las fuerzas de oposición asociadas a Robert Kocharyan, viejo amigo de Putin que fue presidente de Armenia de 1998 a 2008. Fue Kocharyan quien, en su momento, entregó a Rusia una porción significativa de la economía y de los recursos del país. Sin embargo, no está solo: la influencia rusa tiene muchas caras. El expresidente prorruso Serzh Sargsyan, depuesto en 2018, tiene su propio partido político. Hay partidos políticos que colaboran con la Embajada rusa, el servicio secreto ruso FSB, la empresa Gazprom y otras estructuras estatales rusas.
Khzmalyan cree que la actual agitación en Ereván es “otro intento de golpe” y recuerda otros episodios de los últimos años, incluida una supuesta intentona militar en 2021 (“la conspiración de los generales”) y las manifestaciones callejeras del año pasado. Esta vez, sobre el trasfondo de los ataques azeríes en la frontera armenia y la pérdida de Nagorno-Karabaj, los motivos para protestar son mucho más acuciantes. “Ahora corremos el riesgo de perder nuestra independencia”, dice Narine Abgaryan, “y tal vez sea la última oportunidad que tenemos de defenderla”.
En el momento de escribir estas líneas, las manifestaciones que pretendían destituir a Pashinyan han fracasado. El pueblo de Ereván no ha apoyado a la oposición; Pashinyan sigue siendo el mal menor. No obstante, probablemente este no sea el último intento. Ya se expresan temores sobre la eventual deportación de gentes armenias de Rusia, que por lo visto son objeto de presiones, y de problemas potenciales de suministro de gas ruso.
Traducción: viento sur