La proliferación de la desinformación sobre la guerra en Ucrania, de la que el Kremlin y, a partir de ahora la Oficina Ovakl, son sus primeros responsables, encuentra un eco favorable en las llamadas posiciones realistas o soberanistas en Europa occidental. Si bien la condena de esta nebulosa de noticias falsas y análisis geopolíticos es primordial, también debe ir acompañada de la reafirmación del apoyo total al pueblo ucraniano. Donald Trump está implementando una política errática y brutal desde enero.
Puede decir cualquier cosa sin que nadie se atreva a contradecirle. Un día llama dictador al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, al día siguiente les dice a los periodistas que no recuerda haber dicho tal cosa, y al día siguiente, organiza una emboscada en la Casa Blanca para dar una lección al presidente ucraniano, acusándole de ser responsable de la invasión de su país y de jugar con la Tercera Guerra Mundial. En estas circunstancias, frente a dos individuos, Donald Trump y J.D. Vance, que mienten descaradamente y utilizan constantemente una palabra cuyo significado desconocen: respeto, Volodymyr Zelensky se ha comportado con una dignidad en la que deberían inspirarse otros líderes del planeta. En boca de estos dos cabecillas de bandas, [la palabra] respeto significa lealtad al líder y no se relaciona de ninguna manera con el sentimiento de estima que se puede tener hacia alguien debido a su calidad y méritos. Para ser respetado, primero habría que ser respetable. Si fuera estadounidense me habría sentido avergonzado de estar representado ante los ojos del mundo por dos personajes tan lamentables, groseros e imbuídos de su poder, durante esta puesta en escena del linchamiento del presidente ucraniano, igual que lo fui al ver, unos días antes, a Emmanuel Macron y Donald Trump dándose palmaditas en el estómago, riéndose a carcajadas, en la misma sala de conferencias de prensa de la Casa Blanca. La brutalidad, lo grotesco y la grosería se han convertido en atributos indispensables del poder. El otro día Javier Milei era elegido presidente en Argentina empuñando una motosierra como emblema de su próxima acción. Esperábamos que fuera un accidente aislado. Esperanza decepcionada.
Más allá de las escenas inimaginables producidas por este nuevo teatro político, son los demasiado numerosos comentarios favorables a la acción de Donald Trump los que son preocupantes. En Francia, están formulados principalmente por los soberanistas, de derecha e izquierda. El tono general de sus comentarios se resume fácilmente: ciertamente Donald Trump es un poco brutal, pero finalmente las cosas están dichas, es hora de que los ucranianos dejen de poner en peligro la paz mundial con una guerra de la que son responsables y dejen que los que cuentan, Estados Unidos y Rusia, resuelvan el problema. Tienen en gran estima un discurso pronunciado por el economista estadounidense Jeffrey Sachs en una reunión organizada por un eurodiputado, Michael Von der Schulenburg, diputado perteneciente a la BSW (Alianza Sarah Wagenknecht), una escisión del partido de izquierda alemán Die Linke, que defiende una línea soberanista, opuesta a la Unión Europea y al apoyo a Ucrania.
Por lo tanto, no se trata de un discurso ante el Parlamento Europeo, como se presenta en las redes sociales, en las que circula ampliamente, con muchos comentarios elogiosos sobre su contenido y su autor. Recordemos que el BSW acaba de obtener menos del 5% de los votos en las elecciones generales en Alemania, muy por detrás de Die Linke. Jeffrey Sachs se presenta en su discurso como un hombre clave en la reconstrucción de los países de Europa Central y Rusia tras el colapso de la Unión Soviética. Se olvida de decir que la política que defendió como asesor de los gobiernos de la época (junto con innumerables empresas de consultoría anglosajonas que se atiborraron de créditos europeos movilizados para ayudar a estos países a salir del comunismo y aceleraron su ruina), especialmente en Polonia, era una terapia de choque, es decir, un programa de venta de todos los activos en poder del Estado y la supresión del sistema social que permitía vivir a la población. Esta es la política que se implementó en toda la zona en la década de 1990, con resultados desastrosos, especialmente en Rusia. Sumió a la población en una miseria negra durante varios años y permitió a los nuevos barones ladrones, los oligarcas rusos, o ucranianos por cierto, hacerse con lo que quedaba de riqueza.
Su líder, Vladimir Putin, no se mantuvo al margen del saqueo, desde sus inicios en el ayuntamiento de San Petersburgo. Jeffrey Sachs no dice una palabra de todo esto y escucharle explicar que era un amigo de Mikhail Gorbachov, que abogaba por una importante ayuda estadounidense a Rusia sin ser escuchado en Washington, solo es posible en nuestro mundo donde los hechos y la verdad ya no tienen valor y donde todo se olvida muy rápidamente. El sentido del discurso de Jeffrey Sachs es muy simple: después del colapso de la URSS, el plan de Estados Unidos era extender la OTAN hasta Vladivostok.
Organizaron esta extensión, por lo que Vladimir Putin tuvo que reaccionar desencadenando esta guerra. Los estadounidenses lucharon contra Putin a través de ucranianos interpuestos. La respuesta de Rusia fue legítima. ¿Ucrania en todo esto? No existe. La política exterior de Estados Unidos es muy criticable y ha agravado considerablemente el desorden del mundo, no solo desde la elección de Donald Trump. Pero el discurso de Jeffrey Sachs, escuchado con demasiada frecuencia durante tres años, que retoma los elementos del lenguaje del Kremlin, es una mentira, retomada con entusiasmo por Stéphane Rozès y gente como Georges Kuzmanovic, portavoces del soberanismo realista en Francia. Las múltiples mentiras de Donald Trump, Vladimir Putin y los que les hacen coro deben ser denunciadas y combatidas, si eso todavía es posible en nuestro mundo orwelliano.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia, ¿una respuesta justa a la continua expansión de la OTAN? Esta es la tesis defendida por una parte de los especialistas en geopolítica, que se presentan como realistas y presentan el apoyo a Ucrania como un sentimentalismo de mala calidad, que ciega a las personas simples de mente, manipuladas por los defensores estadounidenses de la guerra. A menos que se trate de belicistas animados por un malvado espíritu antirruso. La cuestión de la ampliación de la OTAN se planteó primero para la Alemania reunificada. En 1990 se decidió conceder a los nuevos Länder de Alemania Oriental las garantías de las que disfrutaba Alemania Occidental como miembro de la OTAN. Al mismo tiempo, la Alianza Atlántica se comprometió con los rusos a no estacionar sus fuerzas en los Länder orientales de esta nueva Alemania. Esta promesa se ha cumplido.
Tras el colapso de la URSS, se planteó la cuestión de una nueva ampliación de la OTAN debido a la insistencia de algunos países de Europa Central en ser aceptados en esta organización, como Polonia, apoyada por Alemania. Es comprensible que estos países que acababan de emanciparse de la férula rusa, después de haber tenido mucho tiempo para probar sus encantos, quisieran beneficiarse de una garantía de seguridad occidental sin esperar a su entrada en la Unión Europea, que entonces parecía ser en un plazo lejano. A partir de 1994, la administración Clinton se alineó gradualmente a la petición de Polonia. El principio de la ampliación al Este fue adoptado por los dieciséis miembros de la OTAN en enero de 1994. Francia, originalmente reacia, se unió a esta perspectiva después de la elección de Jacques Chirac en 1995. La Federación Rusa tenía otros motivos de preocupación que la OTAN tras el colapso de la Unión Soviética. En primer lugar recuperar su arsenal nuclear desplegado en las antiguas repúblicas soviéticas, especialmente en Ucrania.
Ucrania aceptó deshacerse de su armamento nuclear en beneficio de Rusia, bajo la presión amistosa de los Estados Unidos, mediante un acuerdo, firmado en 1994 en Budapest por Rusia, Ucrania, Estados Unidos y el Reino Unido, que garantizaba la independencia y la integridad territorial de Ucrania. Ucrania se equivocó al confiar en Estados Unidos y Rusia, que consideraban este acuerdo como un pedazo de papel. Demostró una ingenuidad que hoy paga muy caro. A menudo se subraya que es imposible confiar en Vladimir Putin. Se habla mucho menos, y es una pena, de la imposibilidad de confiar en los gobiernos de Estados Unidos de América para cumplir sus compromisos, cuando tienen una historia en este ámbito que supera con creces la de Rusia.
Rusia también luchó después del colapso de la Unión Soviética para mantener su asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; lo mantuvo. Negoció su integración en el club de las potencias capitalistas y se convirtió en miembro del G8, que sucedió al G7, así como en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Recordamos que la OMC nació de la voluntad estadounidense de imponer la globalización económica al resto del mundo.
Después de lograrlo, los gobiernos estadounidenses demuestran ahora que no tienen absolutamente nada que ver con esta organización y los tratados que han impuesto a todos sus socios, que pisotean sin restricciones. Rusia también obtuvo una indemnización de 13.500 millones de marcos alemanes, pagada por Alemania por la repatriación de las tropas soviéticas. Esto demuestra una benevolencia alemana hacia Rusia que no tiene relación con la de Trump hacia Ucrania, a la que quiere despojar de todos sus recursos. La OTAN no era motivo de gran preocupación para la Federación Rusa. El propio Mikhail Gorbachov declaba que “la cuestión de la expansión de la OTAN nunca se discutía entonces... Ningún país de Europa del Este hablaba de ello incluso después de la disolución del Pacto de Varsovia en 1991. Los líderes occidentales tampoco hablaban de ello” (declaraciones de Gorbachov a “Russia beyond the headlines”, 16 de octubre de 2014).
¿La promesa de no ampliar la OTAN fue hecha por Estados Unidos a Rusia después del colapso de la Unión Soviética, como afirman todos los defensores de la legitimidad de la invasión de Ucrania por parte de Rusia? Si se hubiera formulado tal promesa, Rusia habría exigido que se tradujera en un documento firmado por las partes presentes. En realidad, el gobierno estadounidense no podía hacer tal promesa a Rusia sin retractarse del acta final de Helsinki de 1975, del que la Unión Soviética era signataria, que reconocía a cada firmante "el derecho a ser parte o no de los tratados de alianza".
Recordemos también que la Carta de París “para una Nueva Europa”, de noviembre de 1990, también firmada por la Unión Soviética, daba a todos sus firmantes la libertad de elegir sus propios acuerdos de seguridad. Las grabaciones desclasificadas de las conversaciones entre los presidentes Bill Clinton y Boris Yeltsin en 1997 son inequívocas sobre la negativa estadounidense a asumir un compromiso relacionado con la extensión de la OTAN en Europa del Este, mientras que Boris Yeltsin insistió en obtener este compromiso, incluso en forma de un compromiso secreto del presidente estadounidense (véase en particular la entrevista del 21 de marzo de 1997 cuyo verbatim fue desclasificado en 2017).
La existencia de esta supuesta promesa ha sido objeto de una considerable literatura y de múltiples declaraciones. Ningún documento acredita su existencia. Incluso un investigador estadounidense como Joshua Shifrinson, partidario de la tesis de la promesa hecha a Rusia de no extender la OTAN, tuvo que aceptar después de una investigación exhaustiva que no existía un compromiso escrito de esta naturaleza. Si se hubiera hecho tal promesa, es difícil ver por qué se habría publicado un comunicado conjunto ruso-polaco de 1993, indicando que la entrada de Polonia en la OTAN "no sería contraria a los intereses de otros Estados, incluida Rusia".
También es difícil entender por qué, en 2001, durante una cumbre que reunió a Estados Unidos y Rusia, Vladimir Putin consideró que la ampliación de la OTAN no podía ser un obstáculo para la cooperación bilateral entre Estados Unidos y Rusia, antes de declarar en 2002 que la adhesión de los Estados bálticos a la OTAN no era una tragedia. Rusia también aceptó participar en un Consejo de Cooperación del Atlántico Norte (CCNA), creado en 1991, sustituido en 1997 por un Consejo Conjunto Permanente (CCP), en reconocimiento del lugar especial de Rusia en la seguridad europea. Moscú se retirará en 1999 para protestar contra las operaciones en Kosovo, pero volverá en 2002 al nuevo Consejo OTAN-Rusia (COR). La OTAN, por su parte, se ha dividido aún más a medida que se ha ampliado. Al mismo tiempo, la relación de Estados Unidos con ella se ha complicado. Prescindió de la OTAN después del 11 de septiembre de 2001 para organizar una coalición que llevó a cabo la desastrosa Guerra de Irak, en contra de la voluntad de Francia y Alemania. George W. Bush, un republicano, como Donald Trump, quería desplegar un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa; Obama, una vez elegido, anuló esta decisión. Desde la presidencia de Obama, Estados Unidos reafirma regularmente su voluntad de reorientar los esfuerzos de defensa estadounidenses hacia lo que denominan "zona Asia-Pacífico", en detrimento de Europa, que debe garantizar su seguridad por sí sola.
Esta política no ha cambiado con sus sucesores. Donald Trump dijo en numerosas ocasiones durante su primer mandato que considera que la OTAN es una organización obsoleta y perjudicial para los estadounidenses y que los europeos deben pagar por su defensa. Se puede constatar que no ha cambiado de posición. Joe Biden inauguró su primer mandato al obtener de Australia la cancelación de un contrato de construcción de submarinos que había firmado con Francia, en favor de una nueva alianza con Estados Unidos, dirigida contra China, mostrando así que su política no era tan diferente de la de Donald Trump. Emmanuel Macron declaró en 2019, en vísperas de la cumbre celebrada para celebrar los 70 años de la OTAN que estaba “en estado de muerte cerebral”. Casi solo los europeos piensan que Estados Unidos tiene los ojos puestos en ellos constantemente y son sus aliados y protectores para siempre; prácticamente solo los soberanistas consideran que Europa es el objetivo estratégico esencial para Estados Unidos. Este discurso constantemente repetido sobre el riesgo que representaba la ampliación de la OTAN para Rusia es un simple pretexto para tratar de justificar lo injustificable: la invasión, en violación de todos los principios del derecho internacional, de un país cuyas fronteras están reconocidas internacionalmente y garantizadas por la Carta de las Naciones Unidas, además del Acuerdo de Budapest de 1994. Además, no es el riesgo asociado a la extensión de la OTAN, lo que fue invocado por primera vez por Vladimir Putin en febrero de 2022, para justificar su ofensiva militar contra Ucrania, sino la necesidad de una campaña de “desnazificación de Ucrania”.
Para Putin, Ucrania no existe y los ucranianos son nazis En su discurso del 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión de Ucrania, Vladimir Putin retoma la esencia de un texto publicado en el verano de 2021 y titulado "De la unidad histórica de los rusos y los ucranianos". En resumen, Ucrania no existe como Estado y pueblo independiente. Solo existiría la “Rus” de Kiev fundada por invasores vikingos en los siglos VIII y IX. Fue allí donde en 988, el príncipe Volodomor eligió la religión cristiana bizantina ortodoxa y fue bautizado, por oportunismo político, en un momento en que el imperio bizantino amenazaba a los herederos de los vikingos. Para Vladimir Putin, este es el punto central de la historia que convierte a Ucrania y Rusia en un solo pueblo. En realidad, los hijos de Volodomor se enfrentaron a sangrientas guerras que llevaron al desmantelamiento del territorio controlado por su padre. La invasión mongola de 1237 a 1240 pondrá fin a esta construcción política. Entonces, ¿quizás Ucrania debería ser devuelta a Mongolia en nombre de sus derechos históricos? Luego, a partir del siglo XV y hasta el siglo XVIII, a pesar de las reivindicaciones de los príncipes de Moscú sobre el legado de la Rus de Kiev, fue la República de las Dos Naciones de Polonia y Lituania la que dominó toda la región, es decir, además de Polonia y Lituania, gran parte de la actual Ucrania, Bielorrusia y territorios que ahora forman parte de la Federación de Rusia. Los ucranianos lucharon durante mucho tiempo contra los polacos en lugar de contra los rusos porque en ese momento eran su principal enemigo. Esto fue lo que llevó a los cosacos a levantarse contra la República de las Dos Naciones y a fundar un Estado cosaco autónomo en 1648 con la ayuda de la Moscovia de la época. Esta zona no se consideraba territorio ruso, sino una especie de estado amortiguador entre Rusia, Polonia y los tártaros de Crimea. Prueba de ello son los mapas elaborados por Joseph Nicolas Delisle, invitado en 1726 por el Instituto Geográfico de San Petersburgo para cartografiar el nuevo imperio. La centralización impuesta por Catalina II dará lugar al sentimiento nacional ucraniano, basado, en particular, en la nostalgia de la grandeza pasada de la Kiev de Vladimir, a la inversa por tanto de la narrativa putiniana. ¿Debería Polonia hacer valer sus derechos sobre Ucrania en nombre de la historia como lo hace Vladimir Putin?
Para Vladimir Putin, Ucrania es una aberración, que resulta de las decisiones de Lenin de crear Ucrania como una república independiente, miembro de la Unión Soviética. Decisión que se habría tomado debido a su temperamento de “experimentador social”, que no tenía en cuenta las necesidades del pueblo ni la unidad de los eslavos ucranianos, bielorrusos y rusos. Vladimir Putin odia a Lenin pero adora a Stalin, que fue comisario de nacionalidades en su juventud bolchevique, antes de implementar una política de “chovinismo gran ruso”, de la que Lenin era un oponente pero que conviene perfectamente a su lejano sucesor. Esta visión de la ausencia de existencia real de una nación ucraniana es compartida por todos aquellos que ahora apoyan a Trump y Putin y retoman esta teoría de la inexistencia de la nación ucraniana. A falta de cuestionar a Lenin, culpan a una malvada voluntad estadounidense del proyecto separatista de esta pseudo-nación ucraniana, cuyo lugar natural y verdadero sería dentro de la Federación de Rusia.
Además, es absolutamente asombroso ver que son los soberanistas los que defienden con más entusiasmo esta tesis, precisamente quienes, sorprendente paradoja, están muy preocupados por la defensa de la soberanía francesa cuestionada por una Unión Europea federalista, pero a quienes en ningún momento se les ha ocurrido pensar que los ucranianos podrían elegir libremente su propio destino. Y esto a pesar de que ya están reunidos en un Estado soberano con territorio, fronteras reconocidas internacionalmente y deberían beneficiarse de la protección de las Naciones Unidas, defendiendo los principios de la carta que fundamenta su existencia. Estos análisis pseudohistóricos y pseudogeopolíticos permiten hacer desaparecer del mundo real a los ucranianos de carne y hueso, las mujeres y los hombres que han vivido en las peores condiciones durante tres años y se enfrentan con medios irrisorios a un país infinitamente más fuerte que ellos, militar, financiera y demográficamente. Estos seres humanos, por una razón que no puedo entender, no tienen derecho ni a la compasión ni a la defensa de sus libertades esenciales por parte de nuestros pensadores realistas de la complejidad del mundo. Todos estos negadores de la existencia de una nación ucraniana tienen por otra parte alguna dificultad para explicar cómo los ucranianos logran resistir, como David frente a Goliat, cuando deberían haber sido barridos desde los primeros enfrentamientos.
Uno de los adeptos de la tesis de Putin en Francia, Emmanuel Todd, se topa con esta dificultad en su último libro, para finalmente encontrar una explicación tan sólida como todo el resto de este libro, que deja al lector dividido entre la indignación ante las tesis que desarrolla y el estallido de risa ante su absurdo. Su explicación de la inesperada resistencia de los ucranianos a la barbarie rusa es la siguiente: la "rusofobia" que sufrirían los ucranianos habría provocado la desaparición de la representación política de la población rusa de Ucrania, dejando el campo libre a los ultras nacionalistas de Ucrania occidental. En efecto, había que pensar en ello. Los dictadores, ya sean Vladimir Putin o Donald Trump, y los que los apoyan, no se preocupan por la coherencia. Por lo tanto, pueden decir que Ucrania no existe, que solo existe la gran comunidad eslava ortodoxa, pero que los ucranianos existen y que son nazis. No olvidemos que este es el principal motivo de Vladimir Putin para invadir Ucrania en febrero de 2022: desnazificar al país para proteger a la parte de habla rusa de su población de un genocidio.
Toda la vida política e intelectual de la Rusia putiniana desde 2012 gira en torno a la conmemoración incesante de la Gran Guerra Patriótica y del papel que Rusia desempeñó en la victoria contra el nazismo, conseguida solo por Rusia, por supuesto; sin duda igual que la victoria contra el Japón aliado de la Alemania hitleriana. La narrativa nacional rusa se reduce ahora a esta conmemoración permanente del heroísmo ruso desde el 22 de junio de 1941. Por supuesto, los discursos de Vladimir Putin no explican por qué Rusia no estaba en guerra antes de esa fecha y cómo el genial pacto Hitler-Stalin dejó a Rusia desarmada cuando se inició la Operación Barbarroja. No recuerdan cuántos rusos fueron asesinados por los comisarios políticos por no obedecer las órdenes aberrantes de su líder Stalin, que les envió por cientos de miles a la muerte en operaciones sin ninguna posibilidad de éxito. Y en esta historia, Ucrania está acusada de complicidad con el nazismo y los descendientes de estos ucranianos nazis están acusados de perseguir a los ucranianos de habla rusa. De hecho, hubo ucranianos colaborando con los nazis, pero fueron muchos menos que los ucranianos que murieron luchando contra los nazis con el uniforme del Ejército Rojo. 7 millones de ucranianos lucharon en las filas del Ejército Rojo y 2,5 millones de ellos murieron en combate y en campos de prisioneros, es decir, una cuarta parte de las pérdidas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Hay que añadir 3 millones de muertes civiles. Las organizaciones nacionalistas ucranianas que lucharon con los nazis, la Organización Nacionalista Ucraniana (OUN) y el Ejército Insurreccional Ucraniano (UPA), agrupaban a un máximo de 100.000 a 200.000 ucranianos. Cuando la Alemania nazi atacó la Unión Soviética en junio de 1941 e invadió el territorio del este de Polonia, la OUN proclamó en Lviv una Ucrania independiente de Polonia y la Unión Soviética.
Los nazis reprimieron inmediatamente este movimiento y enviaron a la cárcel a Stépan Bandera, que permaneció prisionero de los alemanes hasta septiembre de 1944. Y si hubo ucranianos colaboradores, también hubo colaboradores rusos con los nazis: 500.000, según las evaluaciones más bajas, hasta 1 millón según el investigador ruso Evgueni Grinko, lo que no convierte a los rusos en un pueblo de nazis. Pero, por supuesto, no se habla de eso en los discursos de Vladimir Putin. Veamos lo que pasó con el nazismo ucraniano. Hoy en día existe un partido fascista en Ucrania (también hay en Rusia). Recogió menos del 2% de los votos en las últimas elecciones generales. Los nostálgicos del Tercer Reich también existen en Rusia: uno de ellos, Dmitri Valerievitch Outkine, dirigía con Evgueni Prigojin el grupo Wagner, una milicia privada financiada por el Ministerio de Defensa ruso, que vino con el ejército ruso a aplastar a los "nazis ucranianos". El antisemitismo estaba muy presente en Ucrania, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y los judíos eran numerosos allí, porque durante mucho tiempo no se les permitió establecerse en Moscú o San Petersburgo. Ucrania fue un territorio de exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, pero por todas las partes interesadas en esta atroz guerra.
Pero Rusia también tiene una larga tradición de antisemitismo y pogromos; y Stalin era un antisemita decidido que, perseguido hasta su muerte por el miedo a las conspiraciones judías, dirigió repetidamente operaciones de eliminación de judíos dentro del aparato del Partido Comunista Ruso. Este delirio antinazi que anima el discurso de Putin y sus secuaces no tiene otro objetivo que desacreditar a todos los ucranianos, empezando por su presidente, que es judío, lo que es bastante extraño para un país nazi. Los rusos están sometidos a una matraca ideológica sobre este tema.
El 4 de abril de 2022, la agencia de noticias oficial del Kremlin, RIA Novosti, publicó una tribuna de Timofei Sergueievtsev, un ideólogo del Kremlin, titulada "¿Qué hacer con Ucrania? ”, en el que presentó un plan de desnazificación, “desucranianización y deseuropeización de Ucrania”, cuya aplicación requeriría al menos 30 años. Esto es lo que escribió:
Hoy, la cuestión de la desnazificación de Ucrania ha pasado al plano práctico (...) La desnazificación es un conjunto de medidas con respecto a la masa nazi de la población, que técnicamente no puede ser perseguida en nombre de los crímenes de guerra (...) Es necesario proceder a una limpieza total (...) Además de los altos cargos, una parte importante de las masas populares que son nazis pasivos, colaboradores del nazismo, también son culpables (...) La duración de la desnazificación no puede en ningún caso ser inferior a una generación (...) La particularidad de la Ucrania nazi es su naturaleza amorfa y ambivalente, que permite disfrazar el nazismo como aspiraciones a “independencia” y un “camino europeo” de “desarrollo” (en realidad de degradación) (...) El Occidente colectivo es en sí mismo el diseñador, la fuente y el patrocinador del nazismo ucraniano (...) El ukronazismo no es menos una amenaza para la paz y Rusia que el nazismo alemán con Hitler (...) El nombre “Ucrania” no puede ser recordado como el de una formación estatal totalmente desnazificada en un territorio liberado del yugo nazi (...) La desnazificación será inevitablemente una desucranianización (...) La desnazificación de Ucrania es también su inevitable deseuropeización.
Con estas ideas en mente, cientos de miles de soldados alistados en el ejército ruso fueron a morir a Ucrania. Los ucranianos siempre están equivocados y serían responsables de la guerra que destruye su país. Quienes buscan a toda costa justificar la horrible guerra librada por Rusia no se preocupan por la coherencia de su argumento. Desde 2022 hasta enero de 2025 presentaron a los ucranianos como marionetas manipuladas por los estadounidenses para librar una guerra por poderes contra los rusos. En esta historia, a los ucranianos se les paga por defender los intereses estratégicos estadounidenses en Europa, incluso si eso nos arrastra a una nueva guerra mundial. Vladimir Putin, por su parte, mezcló en su retórica la negación de la nación ucraniana, país de nazis, y su enemigo de toda la vida, el imperialismo estadounidense.
Pero resulta que ahora Donald Trump ha vuelto al poder. Manifiesta ruidosamente su apoyo a Vladimir Putin, insulta a los ucranianos y a su presidente y quiere negociar el fin del conflicto entre Ucrania y Rusia sin siquiera consultar a Ucrania. Quiere imponer un tributo exorbitante a los ucranianos en forma de un tratado que garantice a Estados Unidos el control de los recursos naturales ucranianos. De este modo, les privaría de cualquier posibilidad de reconstruirse después de haber sido privados de una parte de su territorio, además de haber sido privados de su libertad y de la justicia. ¿Cómo explican los geopolíticos que han defendido la teoría de la guerra estadounidense por poderes durante 3 años que de la noche a la mañana, los ucranianos, presentados ayer como el brazo armado de Estados Unidos en Europa, se hayan convertido en el enemigo común de los estadounidenses y los rusos? ¿Qué intereses estratégicos estadounidenses han cambiado tanto en pocas semanas para justificar tal cambio? Vladimir Putin invadió Ucrania con la esperanza de poder conquistarla rápida y fácilmente. Sin embargo, no lo logró debido a la desesperada resistencia nacional de los ucranianos, apoyada desde lejos y con muchas limitaciones por los europeos y los estadounidenses. A Donald Trump le importan un pimiento Europa y la libertad de los ucranianos. Solo ve en esta guerra la oportunidad de que Estados Unidos se haga con recursos minerales estratégicos, que necesitarán cada vez más. Está totalmente dispuesto a compartirlos con Rusia, a la que considera un aliado fiable, cuyo responsable se parece a él en todos los aspectos. También comparten la misma retórica sobre la decadencia de Occidente corrompido por los valores woke, que se proponen reemplazar ya sea por la pureza eslava ortodoxa o por la brutal y sin reglas amoralidad de los barones ladrones, los que reinaron en los Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Esto es lo que el vicepresidente J.D. Vance vino a decir a los funcionarios europeos recientemente, antes de insultar al presidente ucraniano en la televisión. Para Trump y Putin, los ucranianos se equivocan porque se niegan a doblegarse, porque no aceptan el regreso a las formas más brutales del imperialismo.
Es de este imperialismo del que habíamos intentado salir después de la Segunda Guerra Mundial, construyendo el derecho internacional, que resulta muy frágil cuando el mundo vuelve a estar dominado por los apetitos groseros e ilimitados de los plutócratas. El último argumento a favor de un acuerdo entre Vladimir Putin y Donald Trump presentado por los realistas-soberanistas es el siguiente: de acuerdo, todo esto no está bien, pero no merece una tercera guerra mundial. Mejor un mal arreglo. Para ellos, quienes rechazan la perspectiva de un acuerdo entre Vladimir Putin y Donald Trump son belicistas que quieren provocar un nuevo cataclismo. Hay que silenciarlos urgentemente. Y además, si tanto quieren apoyar a los ucranianos, solo tienen que ir a luchar ellos mismos a Ucrania, junto a las y los ucranianos, en lugar de apoyar la lucha hasta la muerte del último ucraniano desde su salón, en París, Berlín o Londres.
Si estos autodenominados pacifistas realistas tienen razón, si nada puede oponerse a la superioridad militar de un país que se siente autorizado a invadir a su vecino para reducirlo a una esclavitud de la que salió hace poco más de treinta años, si la ONU no sirve para nada, si nada sirve para nada, entonces el mundo está simplemente perdido. Ya no hay que fingir que queremos organizar el mundo, hacer política, construir instituciones para preservar las libertades. Olvidémonos de la fraternidad, la libertad, la igualdad, la transición ecológica y todo lo demás: ¡aprovechemos el poco tiempo que queda antes del cataclismo final! Si, por el contrario, se piensa que la libertad no es negociable, que el derecho a vivir en paz en la nación a la que se pertenece no está reservado solo a las potencias imperiales, que los derechos humanos deben ser defendidos incluso cuando quienes los perjudican son los más poderosos, que los ucranianos tienen, como los franceses, los alemanes o los estadounidenses, el derecho a vivir en su casa, según las leyes que han elegido, forjando relaciones con otros pueblos en las condiciones que elijan, entonces, la invasión rusa debe ser simplemente condenada sin matices, igual que los insultos de Donald Trump, las escandalosas presiones que ejerce sobre Ucrania y toda su política exterior. El derecho de los ucranianos a vivir como mejor les parezca y a ejercer su soberanía sobre el territorio que la comunidad internacional, incluida Rusia, ha reconocido, debe garantizarse. Quienes se burlan de nosotros por hacer tales comentarios y nos invitan a unirnos a las trincheras junto a los ucranianos, en lugar incitárles a luchar por nosotros desde el calor hogareño, me recuerdan a quienes decían a las y los jóvenes manifestantes opuestos a la guerra estadounidense en Vietnam que se unieran al Viet Cong, en lugar de manifestarse en Francia.
Y según el mismo razonamiento, ¿con qué derecho protestaríamos contra la feroz represión del régimen de los mullahs iraníes contra las mujeres? Después de todo, es solo una cuestión de política interna y ¿no se parecen todas las civilizaciones? ¿Nadie tendría nada que decir sobre la guerra librada por Arabia Saudita en Yemen, o sobre la de Ruanda en la República Democrática del Congo, o sobre los objetivos de Donald Trump sobre el Canal de Panamá, Groenlandia o la Franja de Gaza? ¿Debería prohibirse cualquier declaración de solidaridad internacional en nombre de este supuesto realismo? ¿No es simplemente una forma de cerrar la boca a toda la gente que apoya a las y los ucranianos, para silenciar mejor a las y los propios ucranianos? ¡Basta ya! Un restablecimiento moral es urgente y necesario. Nos gustaría leer menos análisis supuestamente eruditos e informados, más posiciones muy simples de apoyo a Ucrania en la defensa de sus derechos legítimos; derechos que defendemos aquí para nosotros.
5/03/2025 Mediapart
Jean-François Collin publicó este artículo en el diario de autores “Analyse Opinion Critique”. Es alto funcionario y administrador de la Convención para la Sexta República.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur